RAFAEL LARREA
(1943)
PONGO LA LUZ
cerca del muerto,
la corona de velas,
la flor,
la primavera.
Le cuento cosas que harían sonreír
a una tapia.
Y sigue seco.
Ante tanto entusiasmo
parece que su índice me llama.
Le pregunto: ¿hablas?
Pero, en la boca sólo un diente de oro,
y, más allá, un algo así como garganta
sin más trueno que la soledad
de un blanco hueso.
Quizá la muerte misma no sea nada,
si no recuerda,
si no cuenta,
no tiene qué perder,
calla y calla,
es todo un muerto respetable, la muerte.
¡Quién sabe!
A lo mejor, no vale nada.
¡Como si no hubiera nacido!
¡Manavali!
¿QUE BUSCAN,
hermanos,
en esta oscuridad de muerto,
ayudados sólo por ese trapo negro,
esa lágrima,
ese desnudo pie
clavado en el piso del cuarto?
¿Qué cosa busca el obrero
más allá de su telar,
de su paciencia creadora?
¿Qué hay más allá del salario?
¿Cuál es el horizonte del músculo?
¿Tras tanto esfuerzo, qué más hay?
¿A dónde fue a parar el descanso,
para variar?
¡Ah! mis hermanos hombres,
lo que queréis, lo que buscáis
es otro mundo en este mundo.
¡Qué bien!
EL AMOR
es la única red
que atrapa al pez
para salvarlo
de la muerte
ME DIJO:
yo sola,
soy un ala;
si te unieras a mí,
seríamos un granito de arena.
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