OSWALDO RIVERA
(Ambato, 1930)

DESOLACION

Sobre el camino del pueblo
duro tiembla la esperanza ...
Nadie comprende esos gritos
amarillos de azadones.

El pueblo está en la colina.
El cielo no es cielo, sufre
la distancia de los ríos...
Los árboles sitibundos
miran entre el aire gris
la angustia de las cisternas.
Sentado está en la colina
junto a su soledad
pero llenito de efélides.

EXODO

Mañana te vas del campo
Carmelina Chuquitarco;
la ciudad te espera alegre
para que sirvas a gritos.
Llévate en tus ojos negros
mi cántaro campesino
de donde bebiste tanto.
Y si no vuelves recoge
esta poquedad de tierra
en mi pañuelo.
Y llévalo hasta tus labios
cuando sufras, cuando llores.

Nuestras cosas. Tantas cosas:
el fogón, las sementeras
los "chugchis" y aquellos bueyes
que trazaron nuestros surcos.
Tantas cosas... nuestras cosas
aullarán en tus oídos.
¿Volverás? Y si es que vuelves
con un niño entre los brazos
encontrarás un rebozo
bordado con barro negro
esperándote en tu casa.

Nuestra tierra, Carmelina,
es el lecho irrenunciable.
Sentirla, abrir su cuerpo
para amándola dejar
en su desnudez diversa
aunque estas pocas semillas. . .
¡Qué faena Carmelina! ¡Qué faena!
insaciable y más completa.

ECOS CONNUBIALES

Hoy he andado solo con un plato vacío
midiendo el ofertorio del amor.
Esperemos esposa -eterna limpidez-
bebamos la misma agua, la de ayer...
No entremos, espera que amanezca
para desayunar;
me da miedo ese barro
fresco de tu dulzor
por ser el más querido.
No entremos, espera, ya han volado
el puente
y por el río están pasando
todos a quienes les debemos
el alquiler del favor.

Esposa,
y ahora en qué yema del dedo
podremos recibir lo que nunca nos dieron
después de haber sufrido.
Se acabará algún día este extraño minuto,
iremos por el mundo afanosos... regresaremos
no llores, no habrá quién nos aguarde;
el tiempo es el pintor de nuestros cuerpos,
él nos hará más viejos. Y cada día al llegar
la muerte estará lista, nos pedirá la cuenta
del alquiler del cuarto de la vida.

No llores... tanto te quiero.
Y nos levantaremos cuando el deseo
se agarre de nosotros
e iremos por la vida mordiendo
la avidez de las cosas.
Ten fuerte tu carácter y tus manos,
este mundo es la mesa vacía para él solo.

Esposa,
meditemos abrazados del dolor,
o mejor salgamos... vístete pronto
ponte la blusa de sonrisa altiva,
yo el gabán del cansancio desterrado.
Pero espera, han volado el puente,
toma la mano, ponte el corpiño de la resignación,
que por el río pasan a quienes les debemos
el alquiler del cuarto de la vida.
Espera, quiero planchar aquel pañuelo
mojado por tus lágrimas
con la plancha del sol de los esfuerzos.
Toma la mano, arrímate a la vida,
la vida es un vientre transparente
y nosotros los fetos angustiados.
¡Ven! ayúdame a reír porque sonrío,
avúdame a vivir que mucho he muerto
remendando la ropa del desvelo
con la aguja de todos los combates.

ENTUSIASMO COSMlCO

Regresaste cansado entre dolidas tardes
con un peso de intemperie;
tanto habías hecho que las provisiones
de calor y de esperanza
fermentaban llagadas en el borde del alma.

Comenzar apagando las llamas del dolor
cuando ninguno terminó su designio,
cuando estaban adultos de esperar lo que nunca
modelaron para alcanzar el sueño,
era aprender a vivir.

Entusiasmo,
volviste al espanto, repasando sus huellas.
Y acariciaste las insignias de las mismas
sonrisas
que anhelantes buscaban en el fondo
del arroyo las imágenes
de sus propias caras,
y viste deteriorados ímpetus
queriendo la paz para empezar la guerra.

SANGRE SOBRE LA LUZ

Sangre sobre la luz,
Allende Salvador, Neruda Pablo:

Por los árboles coposos de esta América,
en las lloviznas blancas de los Andes,
por nuestros ríos verdes y colinas,
en el fuego gentil de los volcanes,
por la raíz de nuestros vegetales,
por vuestros propios huesos unitarios,
porque la luz del sol nunca es inválida,
llegará vuestra sangre, vuestras voces,
cual cortezas
adheridas al pecho de los pobres,
v ascenderán al azul horizonte
donde esperan los tigres y las águilas.

ESFUERZO CAMPESINO

La tarde transcurría
entre frondas, cáscaras y huesos.
Los hombres purulentos. Sólo el aire
reponía las cosas acechadas.
Sacudíanse las hierbas, los papales.
Los cuerpos encogidos en las mesas
se servían la cena del descanso
depositando el dolor en la misma
huella cavando sus congojas.

Las manos ampolladas,
la sangre con espinos
y sus pies confundidos
atravesando la ruta del sopor
corren a rescatar neveras
de los días idénticos.

¿No fuiste tú pequeño agricultor
que descalzo subiste a la esperanza?
¿En dónde está el salario presentido?
Fue la primera vez que a tu esfuerzo
condecoráronle con pedazos
de cansancios rotos en sus rodillas.

Soldados de la tierra a cuyo o borde
transitan los pies heridos.
Su empeño hizo el pan,
el aceite, las barajas, los hijos,

Y más aún su olor a penca madurada
pudo escoger el sueño.
Por eso cuando siento su coraje de bronce,
su grito sonreído golpeándose en los mirtos,
comprendo que la Patria
es el mejor altar
que pudo modelarse
con su oración perenne.