MIGUEL MORENO
(Cuenca, 1851-1910)

 

 

CANTARES DE ELINA

 

 

 

Palomita de mi huerto,
de ojos de dulce mirar,
¿conque es cierto, conque es cierto
que huíste del palomar ... ?
Yo formé del pecho mío
un nido para ti, fiel,
y ahora lo dejas vacío:
¡palomita, eres muy cruel!

¡Quién me diera en mi tormento
arrancar del corazón
tu imagen o el sentimiento
de esta horrible decepción!

Aprende: esas dos palomas;
Van juntas en pos de ti,
y aunque transpasan las lomas,
juntas vuelven hacia mí ...
Y me dicen: ¿Hasta cuándo
te ha prometido volver ... ?
Y les contesto llorando:
-Mañana al amanecer ...!
Y de mañana en mañana
va creciendo mi dolor,
y como él ¡Suerte inhumana!
¡también se aumenta mi amor!
Vuelve, palomita ausente,
mi pecho es tu palomar;
como supe amar ardiente,
¡así sé yo perdonar!
¡Ay! ¿Por qué dar al olvido,
que te ofrecí con amor,
para que tejas tu nido
rosas y malvas de olor. . . ?

Como un inocente niño
cuando tuve te ofrecí,
aun de mi madre el cariño
lo sustraje para ti ...

..........................................

Y creció en el pecho mío,
por instantes, mi pasión,
¡y ahora lloro mi desvío,
ay paloma, ay corazón. . . !


Vuelve, palomita ausente,
mi pecho es tu palomar;
como supe amar ardiente
así sé yo perdonar...

Vuelve, vuelve, te lo ruego
por nuestro soñado edén,
por mi amor ardiente y ciego
y por el tuyo también.
Mas ya no tendrán su día
tanto amor, tanta ilusión;
¡adiós esperanza mía... !
¡queda muerto el corazón...!


LA GARZA DEL ALISAR

Tendido sobre una roca,
orillas del Macará,
caída el ala del sombrero,
melancólica la faz,
macilento y pensativo
un bello joven está,
que, así le dice a un correo
de Cuenca, lleno de afán:
- Correo que vas y vuelves
por caminos del Azuay,
a donde triste y proscrito
ya no he de volver jamás;
di ¿qué viste de mi Cuenca
en el último arrabal,
en una casita blanca
que orillas del río está,
rodeada por un molino,
perdida entre un alisar?
Y le responde el correo,
lleno de amabilidad:
-Diez días ha que salí
de los valles del Azuay,
y vi del río a la margen
la casa de que me habláis,
rodeada por un molino,
perdida entre un alisar.
-Está bien, pero no viste
en ese sitio algo más ... ?

-Te contaré, pobre joven
que vi una tarde al pasar,
una niña de ojos negros
y belleza angelical,
toda vestida de blanco,
paseando entre el alisar.
-¡Ay! no te vayas, correo,
por Dios suspende tu afán;
tú que dichoso visitas
las calles de mi ciudad,
aunque estés de prisa, dime
de esa joven algo más!
-Caballero, cual los vuestros,
cual los vuestros eran ¡ay!
los ojos encantadores
de esa niña del Azuay:
tras de unas negras pestañas,
como el sol que va a expirar
velado por densas nubes
que enlutan el cielo ya;
melancólicos, a veces,
miraban con grande afán
a todos los caminantes
que entraban a la ciudad.
¡Pobre niña, pobre niña!
Cubierta su hermosa faz
con las sombras de la muerte
y una palidez mortal,
otras veces contemplaba
las hojas del alisar
que, arrastradas río abajo,
no habían de volver jamás:
pobre niña, ni lo dudo,
estaba enferma y quizás
ese momento se hallaba
pensando en la eternidad!
-¡ay! mi correo, correo
tan veloz en caminar;
tú que dichoso transitas
por donde mi amor está,
dime, por Dios si supiste
de esa joven algo más!
-Cuando una vez de mañana
paseábame en la ciudad,
vi esparcidos por el suelo
rosas, ciprés y azahar
que formaban un camino
que, yendo desde el umbral
de una iglesia, terminaba
en la casa de que habláis;
luego escuché en su recinto
el tañido funeral
de una campanilla, y luego
de la salmodia el compás,
y olor del incienso me trajo
el ambiente matinal ... !
-Dime, poi Dios, ¿no supiste
quién se iba a sacramentar?
-Una niña a quien llamaban
por su hermosa, y triste faz,
y por que vestía de blanco,
¡la Garza del alisar!

-oh basta, basta, ¡Dios mío!
¡es ella... suerte fatal... !
¿Y habrá muerto... ? -Era de noche
cuando dejé la ciudad,
olor a cera y a tumba
percibí en el alisar ...
-¡Valor! no tiembles, termina
mi suplicio es sin igual!
-Infeliz, yo vi las puertas
de la casa. . . -¡acaba ya!
-Con un cortinaje negro
y abiertas de par en par. . . !

-Bendito seas, Dios mío,
acato su voluntad ... !
Ella muerta, yo entretanto
proscrito, enfermo jamás,
jamás veré ya esos ojos
que empezaban a alumbrar
mi camino ... Nunca, nunca
sino allá en la eternidad ... !

 

Crié una paloma hermosa,
mi esperanza y mi ilusión,
mas, ella huyó veleidosa ...
¡ay, paloma... ! ¡ay, corazón!