MIGUEL ÁNGEL ZAMBRANO
(Riobamba, 1898-1969)
DECIMAOCTAVA
"¡AL SUELO LA PIRÁMIDE!
QUE PASE EL GRAN RODILLO"
Hoy por hoy, el júbilo es mentira
y la alegría es una máscara
para ocultar el miedo y la vergüenza.
No caben más que la denuncia,
la lucha, el juramento.
Hay que alistar las armas. Todas las armas,
las nobles, por supuesto.
Falta mucho: casi todo.
Urge que se hunda la pirámide
exornada en la cúspide con pieles de morueco,
heráldicas pamplinas y lustres de oropel.
Que caigan los fetiches,
se vuelquen las alcurnias y rueden los escudos.
Desaparezcan de raíz las manos
que en usuraria alquimia hacen girar,
a fuego malo en sus retortas,
pedazos de fatiga, sed y anemia,
hasta darles la forma de las metálicas rodelas
que incendian los bolsillos
y encenizan el alma y los instintos.
Desinflados se achiquen los orondos,
esos que al paso arrojan migajas de limosna
a los sumisos que esperan a la orilla
estrujando "pordioses" con las huesudas manos,
mientras sus ojos se derriten
y sus bocas mastican oraciones
con espinas y hiel...
Hay que abolir las humillantes dádivas
que encallecen las almas
y retuercen las manos que dan y que reciben
y poco a poco las transforman en garras.
No es el remedio.
No es más que hurgar y extender la llaga
pretendiendo curarla
con paños tibios y vendajes de humo.
Es admitir el mal y afianzarlo,
justificando la injusticia.
Hay que extirpar el cáncer.
No derechos pintados en las puntas
de los vientos que giran
en las veletas de las torres señoriales.
No libertad de pájaros que se rompen las alas
en los barrotes de la jaula.
No ideas, ni ideales
prefabricadas en moldes y en hileras.
No el equilibrio de los platillos
de una balanza en el vacío.
No la igualdad medida
con elásticas cintas de papel salpicado
de volátiles moscas entíntadas.
No son libres las manos que tienen que escoger
entre el esqueleto y la cadena.
No son iguales los que compran
y los que venden hambre.
No hay estómagos en abstracto,
ni desnudeces metafísicas.
Es mendaz la simetría
que aparentan las líneas dibujadas
con las menudas calaveras
que hacen de letras en los Códigos.
Lo que es, no puede ser. No debe ser.
¡Al suelo la pirámide! Que pase el gran rodillo
allanando los campos y caminos
y la vida despliegue sus escenarios múltiples
con similares perspectivas
para todas las manos en laborioso empeño,
para todos los ojos prendidos
al verde sol de la esperanza.
DIALOGO DE LOS SERES PROFUNDOS
-Es allá lejos... Son las sombras... las sombras.
Desmelenadas moles que ondulando,
cual gigantescos monstruos,
del horizonte al ruedo se enfilan y compactan.
Se levantan: es una gran corona
de enfurecidas torres de polvos de carbón
que a los cielos embisten.
Y yo, perdido aquí, pálida estatua,
la dura voz tragada
y las manos, llamas en alto, que quieren desprenderse
y suben trémulas se arrancan.
Un viento inmenso hace girar el horizonte.
Giran también las torres y oprimen la distancia.
Se acercan. Sí. Corriendo en círculo se vienen.
-Calla. Nunca lobreguez alguna
tornóse piedra de catacumba eterna.
Todo gira, gira y pasa; pronto
sobre la aguda fiesta de los gallos dorados
despuntará la aurora de los desnudos pies;
aros de plata rodarán de los montes
y hasta en las cuevas de los lobos
brotarán rosas azules.
Y subirá tu sangre, en éxtasis, a lo alto de la vida
toda tuya: llama, grito,
por la arteria quemada de amor.
-Pero, ¿dónde me están hablando?
¿Es acaso la sombra de otra voz
dentro de mí exhalada? Alguien está conmigo, en mí,
doliendo en lo profundo, resuenan sus pisadas.
Quien seas,
un puñado de sol te han echado a los ojc
y en la más ciega noche estás ciego de claridad.
¿No las ves? Son las sombras. Cada vez más se acercan.
El enroscado viento se trae el horizonte
en remolino. Y entre los negros tumbos vienen
unas terribles manos persiguiendo
estrellas carcomidas. Las mías allí están
y las tuyas también están allí, arañando.
Es la locura cósmica.
El torbellino de la gran angustia.
Todo lo arrastra. Todo.
¡Cómo, en qué tabla salvaré mis ojos!
¡Manos, manos mías! ¿dónde estáis?
Del fondo de la tierra surgen
huesudos árboles cargados de manos y pupilas.
Unos amargos gritos les suben por adentro
y salen por las ramas.
Se inclinan. Van a huir...
Fugan locos. . . Y tú impasible, inmóvil.
-Ah, sí, las sombras... ¡Bah!
¿Y en dónde está la luz que no proyecta sombras?
¿Y a qué fugar si a nuestros pies atadas
nos seguirán las nuestras?
En la alta noche estamos... ¿Y qué?
En sus túneles de vidrio
ambulan las imágenes que no podemos ver
si llevamos el día prendido entre los párpados.
Sin temblores, sin gritos y sin pasos
hundámonos en ellos y a contraluz veremos
el perfil de la sombra que nuestras sombras dan:
el yo que no ilumina la falacia del sol.
No ciego estoy de claridad.
No es la mía; es tu faz la que enmascara
el arrugado gesto de los que tienen
los ojos vueltos del revés. Retráctil,
resumido en tu concha, no ves y palpas sino sombras:
las que llevas adentro, retorcidas de espanto.
Pero por qué, si en el molino de viento de las horas pasan
como de polvos de carbón instantes
pero también minutos de trigo luminoso.
Qué quieres, dímelo, pero en lenguaje humano.
¿Qué estás buscando? Escucha, yo lo sé;
me revelan los signos de tu frente ...
-Qué sabes tú de mí; ni de agoreros signos;
ni de nada; ni de nadie.
Todos los hombres hablan idiomas extranjeros.
Altas islas de hielo -como estatuas-
derivan ignorándose, por el Artico mar
cubierto de tiniebla y de silencio.
¿Quiénes son? ¿Dónde estamos? ¿Y
qué en el sur o al norte
si todo está girando?
Y a qué clamar, si en la punta del grito desalado
surge el eco de nuestra misma voz.
Las otras nunca atraviesan el desierto cósmico.
El grito de las almas ahógase en la carne amurallada.
No hay más que un punto en el espacio: Yo.
Alarido de luz helada
sobre un espejo náufrago en las sombras.
Ah, sí, las sombras. Sigue la furia giratoria.
El torbellino avanza. El cerco se reduce.
Ya están allí, aquí, a todos lados ...
-Las sombras, otra vez. Allá que dancen. Déjalas.
No llegarán. Fantasmas. Fantasmas nada más.
Tú, búscate a ti mismo, investiga tu número
y esclarece tu enigma; pero
no en tus propias honduras insondables,
sino en los otros seres, en las otras vidas.
Hermano doloroso: haz de modo que tus lágrimas
cristalicen en prismas; y tu corazón saliendo
hacia tus manos juntas, irá -votiva lámpara-
rasgando la tiniebla delante de tu paso;
y su llama curvándose al futuro
esparcirá una lluvia de iris.
Y así verás las cosas, aunque lejanas, siempre
en el espejo azul de la esperanza.
Y hacia el silencio eterno por donde van las almas
se tenderá tu mano de algún divino modo,
y tus propios decires y la palabra, ajena
subrayarás con una línea bruñida
en la mojada luz de tu pupila.
Y así, cuando tu pálida figura,
ya concluida, intocable,
se detenga al umbral del tiempo que no pasa,
sin saberlo siquiera, tendrás entre tus manos
una guirnalda de almas.
-Qué estás diciendo: "Hermano doloroso"...
Yo no soy tu hermano, ni de nadie.
"Hermano lobo". "Hermanita hiena".
Deja a un lado tus cuentos, Francisquito de Asís,
la cabeza del lobo está en tu entraña,
enseñando los dientes a través del sayal.
No lo encadenes; suéltalo sin miedo.
Fantasmas, sí, fantasmas: tú y yo
y todos los demás:
esqueletos vestidos por un día .
con la carne prestada de los cerdos.
¿Y en dónde está tu lámpara salida
del pecho reventado en luces pirotécnicas?
Mi Aladíno descalzo -pobre aprendiz de brujo-
será lámpara sorda, ojo rojo y frío
que corre por la médula de tus amadas víctimas.
Déjame en paz, no quiero tus lágrimas de azúcar
ni tu molino de astros de carbón y de harina,
ni tu guirnalda póstuma de bichos caídos de la luna.
Cállate ya, hipócrita o fatuo,
no más que fuegos de Santelmo despide tu cabeza.
Mira, mira, escucha ¿no oyes?
El gran tornillo de las sombras sobre nosotros ruge.
¡Qué negrura! ¡Cómo sopla! ¡Cómo
aprieta!
¡El vórtice nos traga!
Bajo mis pies cortados húndese la tierra.
Se va, se va la bola sórdida.
Qué fue de ti. Habla ahora. Reza. Ríe.
La garra de la asfixia. De dónde asirme. ¡Manos!
En las inmensas fauces suspendido
mi cuerpo es un manojo de gritos apretados
y luces asesinas bajo mi piel se encienden.
-Presa de qué maligna fiebre
en qué espantoso mundo de pesadilla estás.
Me haces temblar; despierta; no delires.
-Hombre feliz, huye de mí: estoy en llamas
y el fuego asalta con uñas voladoras.
Mi voz insulta. Mi aliento hiela.
Tengo miedo: es un miedo... Tengo frío: es un frío...
el que sienten las aguas de los lagos nocturnos
que se erizan y encogen cuando sobre ellas caen
los ojos de los búhos que cruzan azotando
los aires azogados.
El viento, sí, las sombras y los búhos,
todo pasa, tumbo a tumbo, bien lo sé.
¿Y a dónde irán los átomos perdidos de mi
ser?
Mi fiebre y mi delirio ¿a dónde van?
Se oye un tropel de pasos que nos siguen.
Por carcomidos buitres acosados
avanzan los espectros. Cuántos, cuántos...
Huyamos que ya llegan; nos arrastran.
Pero no, unámonos a ellos: también estamos muertos.
Tú, tú... Te está saliendo la máscara de
hueso.
¡Oh, qué ojos!
-Tienes razón: hablamos idiomas extranjeros.
Tu grito no me alcanza. Me duele desde lejos.
Mi voz se incrusta en la muralla
polar que te circunda. Juntos, juntos,
y te busco y sé que tú me buscas
y no nos encontramos: las manos se deshacen
en la cortina de humo de palabras quemadas.
No hablemos: para qué,
nos separan el brillo de una lágrima,
la distancia invencible del suspiro,
el vuelo de la alondra en mis cristales.
Tú ignoras estas cosas. En tu convulso mundo
de tinieblas, de llamas y vestigios
no pacen mis corderos espumosos.
Si quieres comprenderme, deja tu cuerpo allí
y sígueme. Y, aunque no,
y no mi voz, ni voz alguna deshagan tu desierto,
alza la frente y mira a lo alto:
en los tumbos del caos revientan las estrellas.
Allí está una: es Sirio.
En la Mano Infinita, cómo brilla
titilando de amor y esperanza.
-"Amor". . . "Esperanza. . . ".
Mísero faro de los barcos sonámbulos
y los espectros náufragos.
Estrella solitaria, cirio de la agonía.
¿Por qué ríes así?
Brizna de luz que manchas la pavura absoluta
ni siquiera estás donde brillas.
¡Oh mentira de Dios!
Desafío burlón de lo imposible.
¡Pobres manos atadas que no podéis volar!
ISLA DE ESPECTROS TORTURADOS
El fogón, con dientes de ascua,
muerde el caldero
que hervoroso borbota espumarajos.
Una lívida llama
ahorcándose en humo, se retuerce, aletea,
y se clava de pico entre las brasas.
Sin soplo que la avive resurge y se enardece,
suenan sus alas rojas
y un brilloso escozor rehila la penumbra.
Unas resecas manos salpicadas de chispas,
trajinan espectrales. Sobre la mesa, cinco
calavéricos platos en espera, y al ruedo
cinco figuras secas, cortadas en cartón,
cinco pares de ojos
enquistados en vidrios de aceituna
y ásperos labios en sinuoso gesto comprimidos.
Una profunda torre de silencio
doblega las cabezas. Palabras ¿para qué?
Una idéntica amiga todas las frentes hunde.
Las palabras, idénticas palabras
atraviesan los ojos, resbalan de los labios,
caminan por las caras y cual culebras muertas
por la caldeada semisombra ondulan.
Las consumidas manos de la madre
inician el reparto. La espera se resuelve
en un oscuro brillo que abre un instante las pupilas;
y en vagos movimientos que inquietan las figuras.
Afuera está lloviendo.
Desde el principio del mundo está lloviendo.
El viento cogido por la cola bajo la puerta aúlla.
El frío adelgaza las sombras, las manos y los huesos.
En el camastro arrinconado, suena una tos
y todas las cabezas se vuelven a la vez.
Un cuchillo filudo
corta de arriba abajo las espaldas
y miradas oblicuas al cruce de ojos se deslíen.
Un quejido... Otro más...
Las cucharas resbalan de las bocas.
Desciende la techumbre.
Las paredes se acercan opresoras.
Como en un turbio espejo cóncavo,
más que la llama tísica, la madre
se afila y palidece.
Un mascarón tatuado de relámpagos
asoma en la ventana. Truena.
Desde el principio del mundo está lloviendo.
Tirada en el camastro,
revolviéndose en fiebre y desvarío,
la pequeña mastica frases rotas
a golpes de la tos que en la garganta dura
le revienta racimos de uvas envenenadas.
De lado a lado agita la cabeza.
En los ojos dolidos se congela una súplica.
Los labios temblorosos
se entreabren dibujando un nombre, una llamada.
En sus labios los ojos de la madre.
Pretende incorporarse y cae...
La tos, la tos...
El viento brinca a la ventana
y mugiendo se enrosca a los barrotes,
suenan los vidrios retorcidos.
Los pescuezos se estiran, las caras se desdoblan
y las miradas se bifurcan.
La figura materna se hunde
en las aguas partidas del espejo.
En lo alto la tiniebla se diluye
y precipita a chorros: diluvio negro.
Encendidos mordiscos la noche despedazan;
y amenazantes signos la electrizan.
Entre las luces rápidas las caras
cortadas por la lluvia, manchadas por la tos,
suben, bajan, se escurren, se esfuman y retornan.
El viento se desata en ráfagas y en gritos, trepidante,
y la casucha cruje y tambalea:
Cárcel de espejos torturados,
isla flotante de fantasmas ebrios,
arca de Noé de las sabandijas
y los escarabajos,
que en mar, delirio y tempestad zozobra.
¿En qué cima -Ararat del Nuevo Génesis-
se elevará la vida?
¡Ah... la vida... Qué lejos!
A cien gritos de angustia,
en la punta del último grito:
cohete luminoso.
Aquí, tos y viento,
tos y lluvia,
tos y sangre
en los labios congelados.
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