MIGUEL ÁNGEL LEÓN
(Riobamba, 1900-1942)

CANTO AL CHIMBORAZO

Montaña:
Cimborio de platino
Campanario de los huracanes
Te oriflamas de crepúsculos en las tardes
Te incendias con fogatas de estrellas en las noches
Campo de aterrizaje para cóndores
Abanderado de nuestra América
que llevas en el pecho como una medalla
la huella dorada del pie de Bolívar.

Carpa más alta del vivac de los Andes,
donde acampó la raza del indio.
Cubierto con el manto de piel de oso del polo
que con el iris curvado hacia atrás
me recuerdas la gloria de tus caciques bravos.

Montaña:
Paracaídas de nuestros panoramas
En las cuerdas sonoras de tus ríos
te pasa la vida cantando paisajes.
El trópico es un cinturón de sol
que sostiene la falda de raso de la tierra
y tú eres la hebilla
en tu cima.
(Ta huan ti suyo)
gira la giralda de la rosa náutica.

Montaña:
ovillo del que se desovilla la vía láctea.
Caravela de tres velas
en el oleaje crespo de los horizontes.
Sobre tu popa
iremos cantando nuestra canción autóctona.
Parábola de la altura.
Mi alma disparada por ti
ha hecho blanco en el Sol.
Montaña tu copa
en las manos de América
es una copa de champaña.

EL AGUA

El agua fluye,
el agua huye
por la campiña
y va cantando bajo la fronda
como una niña.

El agua huye sobre la gualda
alfombra de hojas de los eneros
y va cogiendo,
dentro su falda,
rosas marchitas, luna y luceros.

El agua corre por la campiña.
El agua llega,
y a tientas busca el verde estanque
como una niña
que fuera ciega.

El agua sueña, bajo la sombra,
en torsos blancos, flores y nidos.
El agua nombra
nombres de amantes desconocidos.

EL VIENTO

El viento, como un ciego, va buscando las puertas.
El viento por las noches en la calle tirita
y se entra a las alcobas como se entran las muertas
personas familiares que vienen de visita.

El viento es un fantasma. Trémola la bujía
de miedo, y como un niño se acurruca en la sombra.
El viento es un fantasma y de pavor enfría
la estancia. El viento nombres desconocidos nombra.

Nos trae el olor fresco de las vecinas frondas;
desata las cortinas de la estancia callada
y las cortinas vuelan, como dos crenchas blondas,
sobre el áurea cornisa de la puerta asustada.

Mueve los lamparones como largos badajos,
contorsionando sombras en el tapiz obscuro.
¿Qué insectos misteriosos zumban, y qué escarabajos
invisibles arañan las espadas del muro?

La ventana, entreabierta de luna, parpadea.
Da alaridos el viento entre los rendijones;
abre los libros, lee, cierra, gime, hojea
y se arrastra buscando algo por los rincones...

PAISAJE EN SONIDO

Hacen vibrar las erres las férvidas cigarras
en las ágiles cuerdas de sus élitros rítmicos.
Por el río rocoso van roncando bizarras
las monótonas linfas, arcaicos versos hímnicos.

El surtidor de fina garganta de alabastro
yergue gorgoriteando su columna jibosa
y un sonido se siente, cercano, como el rastro
del fino leve vuelo de vaga mariposa.

Se deslizan las brisas ceceantes por las secas
frondas de los arbustos que hacen absurdas muecas.
Bajo las parras charlas mirlos condescendientes

preciosas picardías a las hembras galanas,
mientras mustias murmuran las murriáticas fuentes
y en sus crótalos crean las cloróticas ranas.

ESTA NOCHE

Esta noche ha traído en su ojal
una media luna.
-A ella le parece que es la noche elegante
como un novio vestido de negro.

Ella estaba en la noche bajo el rosal.
La vi toda cubierta de pétalos blancos
que la creí desnuda.

¡Oh! La noche se fue
por más que cerrábamos los ojos para detenerla.
Cuantas palabras suyas se lleva
tal vez después de un siglo Dios
las convierta en luceros.

Era de ver. Los picos nevados
mordían las estrellas como fresas.
Los picos de occidente se bebieron
come un jugo de estrellas, la noche.

EL FUEGO

El fuego araña el aire negro de la estancia,
y, cual gato diabólico, hacia el tejado brinca,
Trémola de coraje, se arremolina de ansia.
El fuego hasta en la piedra sus finas garras hinca.

Como un labio beodo bebe sombras, a tragos;
luego se desparrama en mil lágrimas rojas;
luego, cual sauce loco, sobre los quietos lagos
de la noche, hace caer sus cristalinas hojas.

Chirría el fuego, mordiendo como una fiera el suelo;
se inclina al latigazo del viento que le reta
y cual sierpe se ovilla para picar el cielo.
Como una cabellera, el viento se desgreña,
se revuelca, se arrastra, palidece, se aquieta
y muere como un mártir abrazado a la leña.

LA NEBLINA

La neblina ha vestido de ensueño las cosas;
por las nocturnas calles va pasando quedo
y, a través de las verdes ventanas temblorosas,
la neblina hace llorar a los niños, de miedo.

La neblina es el alma de estrellas diluidas;
o es que se riega el cielo igual que una fontana.
Los faroles, tal vez, son lágrimas caídas
de los ojos del sol que salió esta mañana.

Arquea la neblina, como un felino, el lomo
bajo la mano suave del silencioso viento,
y nos hace invisibles y misteriosos como
personajes ambiguos de algún absurdo cuento.

DESDE LA PROVINCIA

Quiero cambiar mi vida, vida que se aletarga
vulgarona y panzuda sin mujeres ni vino;
partir de la provincia en algún tren de carga;
llegar al mar e irme de paje o de marino.

Anclar en cualquier puerto -con tal que éste no sea
de Norte América ni de ningún país inglés-,
por calles y callejas errar y cuando lea
Necesito un muchacho, entre, sirva: un día, dos, tres.

Y si me destituye mi patrón, muy severo,
por holgazán, por bardo, por noble y engreído,
me haré músico, pintor, bolchevique, torero.

Cuando como una cifra que ya no vale tache
la muerte mi existencia, rebuznará algún leído:
Su vida fue la vida de Guzmán de Alfarache.

ELEGIA

El padre de la casa ha muerto...
Hoy le llevaron en la carroza;
los ojos dieron lágrimas y el huerto
dio su mejor rosa.

Lívidos espectros andan por la casa.
El perro el silencio hiere con aullidos.
Nadie va al mercado ni enciende la brasa.

Todo lo acabaron en droguería:
hoy día
nadie va al mercado ni enciende la brasa.
Va a morir de astenia su mejor hija.
Ayer llevaron a la prendería
la última sortija,
el reloj de mesa y hasta los espejos.

Y busca y busca la absurda mirada
qué llevar hoy día...
¡Oh los muebles viejos! ¡Oh los muebles viejos!
ya no valen nada.

La hermana mayor cogida de sus hermanas
más pequeñas mira sin rosas el huerto
y gimen al ver como las campanas
que lloran, no lloran por el recién muerto.

HA CERRADO LA LAMPARA LOS OJOS

Ha cerrado la lámpara los ojos.
Andan las palabras en puntillas.
En el espejo roto brillan manojos
de lunas amarillas.

El viento hace chirriar los libros
como cigarras.
Alguien toca a la puerta..
Son manos o son garras?

Estoy solo y sin embargo
han soplado la brasa.
En caballos de humo equitan
llamas saltimbanquis...

Yo no sé qué pasa:
es que se mueve el espejo
o es que de miedo tiritan
todas las cosas...

Este frío que siento en la frente
es frío o es el labio
de algún espectro amigo?

Los ojos de los muertos
vienen en estuches
de sombra y de silencio.

Sombra. Silencio.
Danza en el cuadrante el minuto eterno
mil ojos vidriados de cadáveres como
mil piedras preciosas del infierno
caerán sobre mis manos.

Ha cerrado la lámpara los ojos.
Andan las palabras en puntillas.
La noche en mi estancia es un vestido trágico
manchado con sangre de luna y estrellas.

ELEGIA DE LA RAZA

Era recio, el más recio de todos los vaqueros
bajo este sauce como
bajo una jaula de jilgueros
habíamos plantado nuestra choza.
La vida me pasaba haciendo risas en su boca
como se pasa el río haciendo rosas en la campiña.
Yo le daba mis brazos para que con ellos se ciña
como se ceñía la beta cuando se iba a luchar con los toros.
Venía con la tarde y con los ruidos sonoros
de su brava espuela.
La choza bien abierta, abierta como un día
sonreírle parecía
con sus menudos dientes claros de candela.
Yo solo yo solo y mi perro
cerca del fogón preparando la hogaza
siempre me traía del cerro
plumas de Cóndor y pieles de chacal,
adornos propios para mi raza.
Era de verle vestido; su vestido de cabra
tenía espinas y rosas como tiene el rosal
y era un lazo de amor blandiendo su palabra.

Era recio, el más recio de todos los vaqueros,
era de verle domando los potros más fieros.
La arcilla de su cuerpo estaba fundida en las candentes
fraguas de los volcanes;
de tanto darse contra los torrentes
se había endurecido
su carne bruñida:
le abrían paso hasta les huracanes
y no le importaba dejar la vida
como una cinta de sangre
en la punta de una lanza.
Apto para la guerra;
apto para la labranza
hacía de un puñado de tierra
un océano de maíz;
agarrado a su chacra como una raíz;
afilaba el machete de la venganza
en la piedra negra de su orgullo;
su palabra de odio era como un capullo
escarlata en la boca.

Esbelta su figura, bronceada la piel;
así era él,
indio de la raza pura
hijo legítimo del sol.

Un día, lo recuerdo, un día
el amo hizo chasquear la rienda en el granito
de sus espaldas. Se oyó un grito,
un grito de coraje; un grito fiero
que parecía
vibrar entre sus dientes como una hoja de acero.
Ese grito, era el grito de aquel hombre mío,
que al sentir el rayo de la rienda en la cara
lanzóse contra el amo
con los ojos cerrados,
como se lanzan los toros
a embestir en el páramo.

El amo volvióse del color que tienen
los pétales de las retamas.
Dio un paso, un trágico paso,
trémulo hacia atrás de repente,
sacudiendo su melena de llamas,
del cinturón de cuero
salta la fiera de una pistola...
El balazo
al sembrarse en la cara del recio vaquero
hizo brotar una amapola
de sangre.
Era la última víctima de la guerra
de la conquista;
sus labios besaban la tierra
y era como dos lucecillas
moribunda su vista;
sus ajos que tenían el color de las uvillas
se habían enverdecido
y como los tigres moría
mordiendo un bramido ...
Como me pasé toda la noche hasta la madrugada
con el oído
puesto en su pecho oyendo su vida.
Después... todo fue nada
murió el más recio de los vaqueros de las vaquerías
el que tenía
las espaldas anchas como los troncos de pino.
Después... todo fue nada,
el amo ese día como todos los días,
bebió leche fresca y un vaso de vino.
Después... todo fue nada.
Sólo yo en las noches oigo el ruido de su bocina
y siento que por los caminos camina
arrastrando su poncho;
y tengo envidia del perro de ojos de fósforo
que debe verlo en el concho
de la nube, muy al fondo
porque aúlla tan negro, porque aúlla tan hondo.
Canta mirlo negro; di tú de profundis torcaza,
río que viene gritando desde arriba
llora mi dolor y el dolor de la raza,
de esta raza vencida.
Que juro era fuerte como fue el hombre mío,
que juro que era bello como los búcaros
de las aguacollas rojas;
juro que era bravo, por eso le domaron
como se doma a los chúcaros
con el látigo y la rodaja;
juro que tenía
los músculos anchos
y duros como las chontas,
juro que algún día
del bronce de su carne
como de un pedrizco tiene que brotar la luz.
Pobre indio, pobre raza
hasta de Jesús
no le enseñaron más que la cruz
y la corona de espinas,
nunca le dijeron que era hermano
del hombre que habla castellano
y a golpes como de las minas
extrajeron de su cuerpo el oro,
por eso no tiene más amigos
que el asno, el perro y el toro;
el que barbecha las tierras
y hacer brotar los trigos.

Canta mirlo negro. Di tú de profundis torcaza,
río que vienes gritando desde arriba
llora mi dolor y el dolor de la raza.
.
EPILOGO

Vivo como en un jardín entre los escombros
de mi juventud sin historia;
todo lo he borrado con una alzada de hombros
y amo más a mi perro que a la gloria.

El dolor, en mi pecho, el dolor ya no vive:
todos los velos cayeron ante mis ojos claros;
mi corazón es un papel rugoso donde escribe
un muchacho travieso versos locos y raros.

Y he de morir joven. Es tan triste esperar
que por falta de aceite se termine la lumbre;
para mí la vida es como una costumbre
que hoy, mañana -¿quién sabe?- la habré de abandonar.