JORGE CARRERA ANDRADE
(Quito, 1903 -1978)

 

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SEGUNDA VIDA DE MI MADRE

Oigo en torno de mí tu conocido paso,
tu andar de nube o lento río
tu presencia imponiendo, tu humilde majestad
visitándome, súbdito de tu eterno dominio.

Sobre un pálido tiempo inolvidable,
sobre verdes familias, de bruces en la tierra,
sobre trajes vacíos y baúles de llanto,
sobre un país de lluvia, calladamente reinas.

Caminas en insectos y en hongos, y tus leyes
por mi mano se cumplen cada día
y tu voz, por mi boca, furtiva se resbala
ablandando mi voz de metal y ceniza.

Brújula de mi larga travesía terrestre.
Origen de mi sangre, fuente de mi destino.
Cuando el polvo sin faz te escondió en su guarida,
me desperté asombrado de encontrarme aún vivo.

Y quise echar abajo las invisibles puertas
y di vueltas en vano, prisionero.
Con cuerda de sollozos me ahorqué sin ventura
y atravesé, llamándote, los pantanos del sueño.

Mas te encuentras viviendo en torno mío.
Te siento mansamente respirando
en esas dulces cosas que me miran
en un orden celeste dispuestas por tu mano.

Ocupas en su anchura el sol de la mañana
y con tu acostumbrada solicitud me arropas
en su manta sin peso, de alta lumbre,
aún fría de gallos y de sombras.

Mides el silbo líquido de insectos y de pájaros
la dulzura entregándome del mundo
y tus tiernas señales van guiándome,
mi soledad llenando con tu lenguaje oculto.

Te encuentras en mis actos, habitas mis silencios.
Por encima de mi hombro tu mandato me dictas
cuando la noche sorbe los colores
y llena el hueco espacio tu presencia infinita.

Oigo dentro de mí tus palabras proféticas
y la vigilia entera me acompañas
sucesos avisándome, claves incomprensibles,
nacimiento de estrellas, edades de las plantas.

Moradora del cielo, vive, vive cien años.
Mi sangre original, mi luz primera.
Que tu vida inmortal alentando en las cosas
en vasto coro simple me rodee y sostenga.

(De País secreto)

CUADERNO DEL PARACAIDISTA

Sólo encontré dos pájaros y el viento,
las nubes con sus mapas enrollados
y unas flores de humo que se abrían buscándome
durante el vertical viaje celeste.

Porque vengo del cielo
como en las profecías y en los himnos,
emisario de lo alto, con mi uniforme de hojas,
mi provisión de vidas y de muertes.

Del cielo voy bajando como el día.
Humedezco los párpados
de aquellos que me esperan: he seguido
la ruta de la luz y de la lluvia.

Buen arbusto, protéjeme.
Dile, tierra, a tu surco mojado que me acoja
y a ese tronco caído
que me enseñe el color, la forma inerte.

¡Aquí estoy, campesinos europeos!
Vengo en nombre del pan, de las madres del mundo
de toda la blancura degollada:
la garza, la azucena, el cordero, la nieve.

Fortalecen mi brazo ciudades en escombros,
familias mutiladas, dispersas por la tierra,
niños y campos rubios viviendo, desde hace años,
siglos de noche y sangre.

Campesinos del mundo: he bajado del cielo
como una blanca umbela o medusa del aire.
Traigo ocultos relámpagos o provisión de muertes,
pero traigo también las cosechas futuras.

Traigo la mies tranquila sin soldados,
las ventanas con luz otra vez, persiguiendo
la noche para siempre derrotada.
Yo soy el nuevo ángel de este siglo.

Ciudadano del aire y de las nubes,
poseo sin embargo una sangre terrestre
que conoce el camino que entra a cada morada,
el camino que fluye debajo de los carros.

Las aguas que pretenden ser las mismas
que ya pasaron antes,
la tierra de animales y legumbre con lágrimas
donde voy a encender el día con mis manos.

(De Ultimas noticias del cielo)

JUAN SIN CIELO

Juan me llamo, Juan todos, habitante
de la tierra, más bien su prisionero,
sombra vestida, polvo caminante,
el igual a los otros, Juan Cordero.

Sólo mi mano para cada cosa
-mover la rueda, hallar hondos metales-
mi servidora para asir la rosa
y hacer girar las llaves terrenales.

Mi propiedad labrada en pleno cielo
-un gran lote de nubes era mío-
me pagaba en azul, en paz, en vuelo
y ese cielo en añicos: el rocío.

Mi hacienda era el espacio sin linderos
-oh territorio azul siempre sembrado
de maizales cargados de luceros-
y el rebaño de nubes, mi ganado.

Labradores los pájaros; el día
mi granero de par en par abierto
con mieses y naranjas de alegría,
maduraba el poniente como un huerto.

Mercaderes de espejos, cazadores
de ángeles llegaron con su espada
y, a cambio de mi hacienda -mar de flores-
me dieron abalorios, humo, nada ...

Los verdugos de cisnes, monederos
falsos de las palabras, enlutados,
saquearon mis trojes de luceros,
escombros hoy de luna congelados.

Perdí mi granja azul, perdí la altura
-reses de nubes, luz recién sembrada-
¡toda una celestial agricultura
en el vacío espacio sepultada!

Del oro del poniente perdí el plano
-Juan es mi Nombre, Juan desposeído-.
En lugar del rocío hallé el gusano
¡un tesoro de siglos he perdido!

Es sólo un peso azul lo que ha quedado
sobre mis hombros, cúpula de hielo...
Soy Juan y nada más, el desolado
herido universal; soy Juan sin Cielo.

(De Aquí yace la espuma)

PROMESA DEL RIO GUAYAS

Interminable, estás al mar saliendo,
Río Guayas, cargado de horizontes
y de naves sin prisa descendiendo
tus ¡ibas de cristal, líquidos montes.

Hasta el tiempo en tu curso se disuelve
y corre con tus aguas confundido.
El día tropical que nunca vuelve
sobre tus lomos rueda hacia el olvido.

Los años que se extinguen gradualmente,
las migraciones lentas, las edades
has mirado pasar indiferente,
¡oh pastor de riberas y ciudades!

La nave del comercio o de la guerra,
la de la expedición o la aventura
has llevado mil veces hasta tierra
o has hundido en tu móvil sepultura.

Sólo turba el sosiego de tu vida
algún grito de ti petrificado
o tus sueños: la planta sumergida
y el pez ligero y a la vez pesado.

Mirando sin cesar tus propiedades
cuentas bueyes, haciendas, grutas verdes.
Paseante de tus hondas soledades,
entre los juncos húmedos te pierdes.

¡Oh río agricultor que el lodo amasas
para hacerlo fecundo en tu ribera
que los árboles pueblan y las casas
montadas en sus zancos de madera!

¡Oh corazón fluvial, que tu latido
das a todas las cosas igualmente:
a la caña de azúcar y al dormido
lagarto, de otra edad sobreviviente!

En tu orilla, de noche, deja huellas
la sombra del difunto bucanero,
y una canoa azul pescando estrellas
boga de contrabando en el estero.

¡Memoria, oh río, o soledad fluyente!
Pasas, mas permaneces siempre, urgido,
igual y sin embargo diferente
y corres de ti mismo perseguido.

A tus perros de espuma y agua arrojo
mi falsa y forastera vestidura
y a tu promesa líquida me acojo,
y creo en tu palabra de frescura.

¡Oh, río, capitán de grandes ríos!
Es igual tu fluír ancho, incesante,
al de mi sangre llena de navíos
que vienen y se van a cada instante.

(De Boletines del clima)

VERSION DE LA TIERRA

Bienvenido, nuevo día:
Los colores, las formas
vuelven al taller de la retina.

He aquí el vasto mundo
con su envoltura de maravilla:
La virilidad del árbol.
La condescendencia de la brisa.
El mecanismo de la rosa.
La arquitectura de la espiga.

Su vello verde la tierra
sin cesar cría.

La savia, invisible constructora,
en andamios de aire edifica
y sube los peldaños de la luz
en volúmenes verdes convertida.

El río agrimensor hace
el inventario de la campiña.
Sus lomos oscuros lava en el cielo
la orografía.
He aquí el mundo de pilares vegetales
y de rutas líquidas,
de mecanismos y arquitecturas
que un soplo misterioso anima.
Luego, las formas y los colores amaestrados,
el aire y la luz viva
sumados en la Obra del hombre,
vertical en el día.

TRIBUTO A LA NOCHE

Niegas, oh testaruda, lo que el día ha afirmado
y, después de su muerte, de las cosas te adueñas.
Tus sacos de carbón abarrotan sin término
la universal bodega.

Tu gran cuerpo de sombra en el mundo no cabe,
nebuloso animal nutrido de guitarras
y distraes el tiempo de tu prisión terrestre
borrando los caminos y devorando lámparas.

Entras a todas partes, habitante del cielo,
y te instalas sin ruido entre nosotros
o te quedas mirándonos detrás de las ventanas
con tus tiernos ojillos eternos y remotos.

Caminante puntual, nodriza de campanas,
vas metiendo en tu fardo los seres y las cosas.
Hago de ti mi morada y me reclino
en tu almohada de sombra.

EL VISITANTE DE NIEBLA

Sepultura del tiempo,
dejé en ti mi cadáver de veinte años
bajo tierra de flores y amuletos
y cáscaras de días devorados.

Amuleto de amor fue la manzana,
amuletos la luz, la llave, el barco,
la gaviota y el pez, dispensadores
de una vida sin nubes, viaje mágico.

Le vestí a mi cadáver de estaciones
y sobre la guitarra del pasado
recliné su cabeza vendada de ciudades
lucientes como bálsamos.

Puse a su lado nombres de otras épocas,
los rostros ya de sombra enmascarados
y le dejé vivir su larga muerte
en un clima de lluvia, de maíz y caballos.

La tierra memorable cede ahora.
¿Joven mío, no estás bien sepultado?
¿Tu mano es esta mano que se mueve
buscando entre las ruinas esqueletos de pájaros?

Visitante de niebla
venido de un país de fechas y retratos:
Te sientas a mi mesa nodriza y hortelana,
vestido unos instantes con mi traje de ocaso.

Fantasma familiar, compareces al punto
por un signo, una voz o una forma llamado.
Sólo un caballo y una rosa guardan
tu sepultura de años.

ZONA MINADA

Tus cabellos son la muerte en el trópico, las hormigas gigantes.
Tus cabellos voraces como el incendio o el naufragio
a orillas de tu rostro con frutas y agua fresca.
Tu garganta es un árbitro
que separa a dos desnudos atletas.
Tus brazos son dos nadadores friolentos
y en tus manos se mueven dos patrullas que te escoltan y
sirven.
En tus senos hay una balanza que tiembla.
Se duerme a la redonda de tu vientre un remanso
girando hacia el remolino de tu ombligo.
En tu cintura hay una gacela.
En tu grupa, un caballo.
En tus muslos, dos alfanjes y dos tigres que se desperezan.
Tus piernas son dos rutas que conducen
a dos plazas gemelas,.
y en tus pies se alínean diez arqueros
y hay dos peces, dos hongos y dos lenguas.

II

Traes un olor de islas
o de monstruosa flora con velludas arañas.
Tu voz arrastra un río que ondula entre guijarros
y en tus ojos aúlla una perra encelada.
Tu cuerpo turba como un licor áspero
-fuertes piernas con vello dulce y vivo,
istmo de tu cintura ahorcada entre dos golfos-
tu cuerpo modulado como un largo alarido.
Del talón a tu frente sube el trópico
pesando grandes frutas en ágiles balanzas.
Tu presencia clandestina me empuja
al combate del hombre y su fantasma.

Eres profunda como el llanto o el incendio,
o el cuerpo de una res despellejada viva,
o la indefensa espalda del viajero demente
devorado por las hormigas,
o la fiebre, o las bestias que se aman entre cactos,
o la sangre corriendo en caliente tumulto,
o la respiración del clavel aplastado
por un gran pie desnudo.

Cumplo la voluntad
secreta de la tierra,
para siempre encerrado en tu sellada cárcel

donde conviven cándidas aves, una pantera
y unos seres peludos y recónditos
que con hierbas salvajes de las islas preparan
los sudores y espinas
de mi sedienta muerte cotidiana;

INVENTARIO DE MIS UNICOS BIENES

La nube donde. palpita el vegetal futuro,
los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la ideografía de una calabaza pintada por los negros,
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un
relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
las patrullas perdidas de los pájaros
-esos grumetes mancos que reman en el cielo-,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana -mi propiedad mayor-,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra en las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho de un
vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.

AQUI YACE LA ESPUMA

La espuma, dulce monja, en su hospital marino
por escalones de agua, por las gradas azules
desciende hasta la arena con pies de luna y lirio.

¡Oh Santa revestida con vellones de oveja!
Les dan una final cura de cielo
a las rocas heridas tus altísimas vendas.

¿De dónde tanta nieve caminante,
tantas flores saladas
y despojos de cirios y camisas de ángeles?

¡Oh monja panadera! De cristalinos hornos
fríos de eternidad, sacas infatigable
tus grandes panes blancos y esponjosos.

Despliegas el mantel de un festón de infinito
en donde el horizonte, en su plato de nubes,
sirve el manjar del sueño y del olvido.

También, obrera nívea, eres enterradora:
Llevas hasta la arena en paletadas
montones de cadáveres de pálidas gaviotas.

Ruedan sobre la orilla tus vanas esculturas
que pronto se deshacen
en un mármol soluble, en ingrávidas plumas.

Móvil, caída nube, al chocar con la tierra
expiras, pero se alza entre las rocas
cual fantasma gaseoso tu presencia.

Arremangado el manto sonante, casta monja
recorres suspirando
tu plantación errante de magnolias.

¿Con material de garzas y medusas
tu flotante y blanquísimo cimiento
va a sostener acaso la ideal arquitectura?

¡Frontera del abismo, guardada por palomas!
Tu ejército nevado avanza hacia la tierra
¡oh monja capitana! en batallas de aurora.

En la arena o las rocas hallas tu fresca tumba;
mas vuelves a nacer a cada instante
y sin pausa atesoras en las conchas tu albura.

De las fieras del mar balsámica saliva
acaricia tus plantas de cristal y de hielo,
¡Santa Espuma, difunta en las gradas marinas!

FAMILIA DE LA NOCHE

I

Si entro por esta puerta veré un rostro
ya desaparecido, en un clima de pájaros.
Avanzará a mi encuentro
hablándome con sílabas de niebla,
en un país de tierra transparente
donde medita sin moverse el tiempo
y ocupan su lugar los seres y las cosas
en un orden eterno.

Si contemplo este árbol, desde el fondo
de los años saldrá una voz dormida,
voz de ataúd y oruga
explicando los días
que a su tronco y sus hojas hincharon los crepúsculos
ya maduros de hormigas en la tumba
donde la Dueña de las Golondrinas
oye la eterna música.
¿Es con tu voz nutrida de luceros
gallo astrólogo ardiente,
que entreabre la cancela de la infancia?
¿o acaso es tu sonámbula herradura,
caballo anacoreta del establo,
que repasa en el sueño los caminos
y anuncia con sus golpes en la sombra
la cita puntual del alba y del rocío?

Estación del maíz salvado de las aguas:
La mazorca, Moisés vegetal en el río,
iba a lavar su estirpe fundadora de pueblos
y maduraba su oro protegido por lanzas.
Parecían los asnos
volver de Tierra Santa,
asnos uniformados de silencio
y de polvo, vendiendo mansedumbre en las canastas.

Grecia, en el palomar daba lecciones
de alada ciencia. Formas inventaban,
celeste geometría,
las palomas alumnas de la luz.
Egipto andaba en los escarabajos
y en los perros perdidos que convoca la noche
a su asamblea de almas y de piedras.
Yo, primer hombre, erraba entre las flores.

En esa noche de oro
que en pleno día teje la palmera
me impedían dormir, Heráclito, tus pasos
que sin fin recomienzan.
Las ruinas aprendían de memoria
la odisea cruel de los insectos,
y los cuervos venidos de las rocas
me traían el pan del evangelio.

Un dios lacustre andaba entre los juncos
soñando eternidades
y atesorando cielos bajo el agua.
La soledad azul contaba pájaros.
Dándome la distancia en un mugido
el toro me llamaba de la orilla.
Sus pisadas dejaban en la tierra
en cuencos de agua idénticos, muertas mitologías.

En su herrería aérea las campanas
martillaban espadas rotas de la Edad Media.
Las nubes extendían nuevos mapas
de tierras descubiertas.
Y a mediodía, en su prisión de oro,
el monarca de plumas
le pedía a la muerte que leyera
el nombre de ese Dios escrito sobre la uña.

Colón y Magallanes vivían en una isla
al fondo de la huerta
y todos los salvajes del crepúsculo
sus plumajes quemaban en la celeste hoguera.
¿Qué queda de los fúlgidos arneses
y los nobles caballos de los conquistadores?
¡Sólo lluvia en los huesos carcomidos
y un relincho de historia a medianoche!

En el cielo fluía el Amazonas
con ribereñas selvas de horizonte.
Orellana zarpaba cada día
en su viaje de espumas y tambores
y la última flecha de luz
hería mi ojo atento,
fray Gaspar de las nubes, cronista del ocaso
en esa expedición fluvial del sueño.

Por el cerro salía en procesión la lluvia
en sus andas de plata.
El agua universal pasaba la frontera
y el sol aparecía prisionero entre lanzas.
Mas el sordo verano por sorpresa
ocupaba el país a oro y fuego
y asolaban poblados y caminos
Generales de polvo con sus tropas de viento.

II

Tu geografía, infancia, es la meseta
de los Andes, entera en mi ventana
y ese río que va de fruta en roca
midiendo a cada cosa la cintura
y hablando en un lenguaje de guijarros
que repiten las hojas de los árboles.
En los montes despierta el fuego planetario
y el dios del rayo come los cereales.

¡Alero del que parten tantas alas!
¡Albarda del tejado con su celesta carga!
El campo se escondía en los armarios
y en todos los espejos se miraba.
Yo recibía al visitante de oro
que entraba, matinal, por la ventana
y se iba, oscurecido, pintándome de ausencia
¡alero al que regresan tantas alas!

En esa puerta, madre, tu estatura
medías, hombro a hombro, con la tarde
y tus manos enviaban golondrinas
a tus hijos ausentes
preguntando noticias a las nubes,
oyendo las pisadas del ocaso
y haciendo enmudecer con tus suspiros
los gritos agoreros de los pájaros.

¡Madre de la alegría de la tierra,
nodriza de palomas,
inventora del sueño que consuela!
Madrugadores días, aves, cosas
su desnudez vestían de inocencia
y en tus ojos primero amanecían
antes de concurrir a saludarnos
con su aire soleado de familia.

Imitaban las plantas y los pájaros
tus humildes afanes. Y la caña de azúcar
nutría su raíz más secreta en tu sien,
manantial primigenio de dulzura.
A un gesto de tus manos milagrosas
el dios de la alacena te entregaba sus dones,
Madre de las manzanas
y del pan, Madre augusta de las trojes.

¡Devuélveme el mensaje de los tordos!
No puedo vivir más sin el topacio
del día ecuatorial.
¡Dame la flor que gira desde el alba al ocaso,
yacente Dueña de las Golondrinas!
¿Dónde está la corona de abundancia
que lucían los campos? Ya sólo oro
difunto en la hojarasca pisoteada.

III

Aquí desciendes, padre, cada tarde
del caballo luciente como el agua
con espuma de marcha y de fatiga.
Nos traes la ciudad bien ordenada
en números y rostros: el mejor de los cuentos.
Tu frente resplandece como el oro,
patriarca, hombre de ley, de cuyas manos
nacen las cosas en su sitio propio.

cada hortaliza o árbol,
cada teja o ventana, te deben su existencia.
Levantaste tu casa en el desierto,
correr hiciste el agua, ordenaste la huerta,
padre del palomar y de la cuadra,
del pozo doctoral y del umbroso patio.
En tu mesa florida de familia
reía tu maíz solar de magistrado.

Mas, la muerte, de pronto
llegó al patio espantando las palomas
con su caballo gris y su manto de polvo.
Azucenas y sábanas, entre luces atónitas,
de nieve funeral
el dormitorio helaron de la casa.
Y un rostro se imprimió para siempre en la noche
como una hermosa máscara.

Es el pozo, privado de sus astros,
noche en profundidad, cielo vacío.
Y el palomar y huerta ya arrasados
se llaman noche, olvido.
Bolsa de aire no más, noche con plumas
es el muerto pichón. Se llama noche
el paisaje abolido. Sólo orugas habitan
la noche de ese rostro yacente entre las flores.

CUERPO DE LA AMANTE

          I

Pródigo cuerpo:
dios, animal dorado,
fiera de seda y sueño,
planta y astro.
ruente encantada
en el desierto.
Arena soy: tu imagen
por cada poro bebo.
Ola redonda y lisa:
En tu cárcel de nardos
devoran las hormigas
mi piel de náufrago.

          II


Tu boca, fruta abierta
al besar brinda
perlas en un pocillo
de miel y guindas.
Mujer: antología
de frutas y de nidos,
leída y releída
con mis cinco sentidos.

          III

Nuca:
escondite en el bosque,
liebre acurrucada
debajo de las flores,
en medio del torrente,
Alabastro lavado
mina
y colmena de mieles.
Nido
de nieves y de plumas.
Pan redondo
de una fiesta de albura.

          IV

Tu cuerpo eternamente está bañándose
en la cascada de tu cabellera,
agua lustral que baja
acariciando peñas.
La cascada quisiera ser un águila
pero sus finas alas desfallecen:
agonía de seda
sobre el desierto ardiente de tu espalda.
La cascada quisiera ser un árbol,
toda una selva en llamas
con sus lenguas lamiendo
tu armadura de plata
de joven combatiente victoriosa,
única soberana de la tierra.
Tu cuerpo se consume eternamente
entre las llamas de tu cabellera.

          V

Frente: cántaro de oro,
lámpara en la nevada,
caracola de sueños
por la luna sellada.
Aprendiz de corola,
albergue de corales,
boca: gruta de un dios
de secretos panales.

          VI

Tu cuerpo es templo de oro,
catedral de amor
en donde entro de hinojos.
Esplendor entrevisto
de la verdad sin velos:
iQué profusión de lirios!
iCuántas secretas lámparas
bajo tu piel, esferas
pintadas por el alba!
Viviente, único templo:
La deidad y el devoto
suben juntos al cielo.

VIDA PERFECTA

¡Conejo: hermano tímido, mi maestro y filósofo!
Tu vida me ha enseñado la lección del silencio.
Como en la soledad hallas tu mina de oro
no te importa la eterna marcha del universo.

Pequeño buscador de la sabiduría,
hojeas como un libro la col humilde y buena,
y observas las maniobras que hacen las golondrinas,
como San Simeón, desde tu oscura cueva.

Pídele a tu buen Dios una huerta en el cielo,
una huerta con coles de cristal en la gloria,
un salto de agua dulce para tu hocico tierno
y sobre tu cabeza un vuelo de palomas.

Tú vives en olor de santidad perfecta.
Te tocará el cordón del padre San Francisco
el día de tu muerte. ¡Con tus largas orejas
jugarán en el cielo las almas de los niños!

(De Rol de la manzana)

BIOGRAFIA PARA USO DE LOS PAJAROS

Nací en el siglo de la defunción de la rosa
cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles,
Quito veía andar la última diligencia
y a su paso corrían en buen orden los árboles,
las cercas y las casas de las nuevas parroquias,
en el umbral del campo
donde las lentas vacas rumiaban en silencio
y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,
guardó su juventud en una honda guitarra
y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos
envuelta entre la música, la luz y las palabras.
Yo amaba la hidrografía de la lluvia,
las amarillas pulgas del manzano
y los sapos que hacían sonar dos o tres veces
su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.
Era la cordillera un litoral del cielo.
La tempestad venía, y al batir del tambor
cargaban sus mojados regimientos;
mas, luego el sol con sus patrullas de oro
restauraba la paz agraria y transparente.
Yo veía a los hombres abrazar la cebada,
sumergirse en el cielo unos jinetes
y bajar a la costa olorosa de mangos
los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas
donde prendía el alba su reguero de gallos
y al oeste la tierra donde ondeaba la caña
de azúcar su pacífico banderín, y el cacao
guardaba en un estuche su fortuna secreta,
y ceñían, la piña su coraza de olor,
la banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,
como las vanas cifras de la espuma.
Los años van sin prisa enredando sus líquenes
y el recuerdo es apenas un nenúfar
que asoma entre dos aguas
su rostro de ahogado.

La guitarra es tan sólo ataúd de canciones
y se lamenta herido en la cabeza el gallo.
Han emigrado todos los ángeles terrestres,
hasta el ángel moreno del cacao.

(De Biografía para uso de los pájaros)

CHIMENEA

Tu resoplar acompasa el mundo
alto buey de las ciudades.
Abrigado por tu vaho
el Dios de este siglo nace.

MANDARINA

Mandarina, mandarina:
¡cómo huele tu camisa!

Primera noche de bodas:
mandarina rubia y gorda.

Tu inocencia dura un día
mas tu olor toda la vida.

MIRABEL

El mirabel escribe
sobre la brisa
novelas inocentes
para las niñas.

Mirabel rosa:
tu pensamiento
se vuelve aroma.

TIERRA DE PAJAROS

Es América entera
inmensurable pajarera.

En el amanecer sonoro
cada árbol es un coro.

Hay tantas alas en vuelo
que alzan América al cielo.