JACINTO CORDERO ESPINOSA
(1926)

ALAMBRADA
(fragmentos)

I

Veo las nuevas ciudades
alzarse contra las armas de la aurora,
el crepúsculo teñir los árboles,
el otoño dorar las ventanas,
la primavera despertar los amantes
y las flores que rodean
las pequeñas sepulturas de los niños.
La soledad nimbar la frente de los desconocidos.
Salir los trenes de la noche
y estrellarse contra el alba
en llanuras mojadas de rocío.
A los desconocidos llegar a estaciones planetarias
a solas con su raído vestido y su solitario corazón.
Conmigo caminan soledad,
misterio del mundo:
el que recibirá las ofensas dentro de mil años,
el que morirá joven en las batallas,
el que sabe que no mirará otra aurora,
como aquel que señalaba
al descender las gradas de la muerte,
la última estrella del amanecer.
El crepúsculo de distantes ciudades
entristece mi corazón.

II

Ciudad de relámpagos y de llagas,
tu distante soledad como un bloque de plata
golpea el mar y la noche.
Sube tu canto en el crepúsculo
hacia el borde de tibia hierba en que te escucho:
tu resaca humana, tus voces
que la noche cercana dispersa y entristece,
tu respiración mecánica coronada, como por una nube,
por un vuelo de palomas.
Ciudad de triste cemento,
rueda de piedras grises,
el aroma del hombre,
como el de un crucificado,
traspasa los fríos muros
y la camisa y la pequeña maceta
florecen junto a las llagas.
En ti la madera pierde sus voces de aroma
que daba en el bosque,
la piedra que brillaba en el atardecer
junto a un río de anchas riberas
se apaga por la capa de sudor
y rueda con las lágrimas como un ojo ciego.

VIII

Llega el pobre a tus refugios nocturnos
y extiende sobre su cuerpo
las sábanas de la soledad y el desamparo,
su cabeza mecida alguna vez por el regazo de la madre
acariciada quizás por una mano,
se golpea y cae contra los duros volúmenes de la muera
¡Oh! geometría de la gran necesidad:
miro a la mujer a la que ya nadie desea,
a la madre de los senos estériles con ropa de viuda,
al niño amputado por la orfandad,
al triste masticar silenciosamente
en la noche de cruda luz de bombillos
un pan de mil años
ácido por el tiempo y por las lágrimas.
Cruza un seco amor de semen y soledad las salas
y la prostituta se acuesta con las llagas del mendigo
hasta que les levante el día
como una sucia basura arrojada por el océano.

En los comedores públicos.
en largas tablas de muladar.
la bestia triste del hombre
devora los alimentos finales

Los labradores en cuclillas detrás de las puertas
tienden el manto del campo,
los albañiles con dedos de argamasa y de semillas
desanudan los pañuelos del amor y de la cena
y a veces como de una flor envuelta en un papel
surge el aroma del pan del pobre

XIII

Oh! noche que desciendes
sobre la caja en forma de ataúd del niño,
con espejos dormidos de buhonero,
sobre la harina triste de la máscara del payaso,
sobre el traje raído del oficinista pobre
y el vestido listado del saltimbanqui y el cautivo

Ciudad nocturna,
ríos de soledad descienden sobre ti,
las luces de los anuncios luminosos
dividen en franjas de colores
el rostro y el vestido eterno del mendigo.
inmóvil al pie de tus terribles muros.

Espera la prostituta en el frío cemento del subterráneo,
cegada por la luz,
desnudada, con su vestido sobre las pobres rodillas,
por el viento metálico.

Ob! amor condúceme de la mano
en esta hora del pan y del sueño,
por las tambaleantes escaleras de madera,
los humildes pasamanos gastados por la luz de la pobreza,
donde el crepúsculo brilla en una pequeña flor
en un tarro vacío,
a la mesa pobre, al pan y su astro caído,
a su tibia estrella de lágrimas y harina,
a la cena triste, al pan de las ofensas
detenido entre la saliva y el alma,
al humeante alimento de la sopa de cebada
que ilumine el rostro de los pobres.
Devuélveme amor el pan inmemorial, el antiguo abrazo,
el nudo de alianza,
su anillo de infancia golpeada.