IGNACIO LASSO
(Quito, 1911-1943)
CONFESION DE AÑO NUEVO
Acabo de saber que me buscábais.
Ya podéis encontrarme ahora
en mi verdadero sitio,
junto a la estrella de cinco puntas,
tan sencillo, tan claro como un axioma elemental.
Al alcance de tus brazos sufridos
y al alcance de las balas de gas.
Acordaos de nuevo. Procurad hacer memoria
-por ejemplo- de la Luna,
de la vulgarísima y patética Luna
que a través de sus fases nos enseña a ser leales a la
luz;
de la rosa y sus espinas,
del cisne que canta la resurrección al morir
y de tantas cosas simples, bellas y dulces.
Que a esta hora íntima
nuestros ojos y nuestras manos estén limpios de pólvora,
prestos a filtrar, tan sólo, la miel de los panales:
por eso atiendo cumplidamente
a tu voz, a tu perfume, a tu sabor de fruta.
No olvides de traer un catalejo, y un esfumino.
Es necesario disimular que estamos los dos cerca, tan cerca!;
aún sin lianas de cariño,
cómo una última noche y un primer día de año.
Pon sobre el favor incipiente
vuestros incomparables grises infinitos
y habrás ganado al remordimiento.
Así, puedes oír a las sirenas de mis barcos náufragos,
y gustar la carne de mis perdices mejores
y la crema de este pudding
que alumbran -tú lo sabes- trece lágrimas.
Ven, acércate todo lo posible,
que no me falte tu alimento:
tu presencia me hace convalecer
en los más deliciosos e inefables climas.
Recostada en sutiles razonamientos
tal vez comprendas por qué es que sopla
hacia nuestro Norte justamente
un monzón cargado de langostas.
Hemos vivido en familia con las tormentas,
algo más, las hemos domesticado;
nos hemos servido del relámpago
así como los otros se sirven del teléfono.
Hemos subido al Sinaí con el menor pretexto,
y sin embargo, hemos amado también -confesémoslo- al becerro
de oro.
Vamos a abstenernos de navegar en la vecindad de las cascadas.
Vamos a quitarnos del pecho este coraje inútil
que hace que crucemos sonrientes en medio de panteras
y andemos en la lava como los hijos de Proserpina.
Vamos a ser nuevos como esta aurora que empieza,
sencillos e ingenuos tal este clarín que malogra -sin advertirle-
un delicado y magnífico tisú
en la primera tienda del silencio
Quito, enero de 1935.
AGRO
La tarde -forastera venida a las faenas-
detiene su camino, y se queda admirando
cómo una niña ciega, enhebra en la aguja
una última hilacha de sol.
Una moza que pasa, un instante reclina
su mirada más dulce encima de mi canto,
y se va presurosa sintiendo que la noche
desciende paso a paso
la grada en caracol del huracán;
hacia el río, que de flaco y enfermo, el pobre
ya no puede levantar ni una piedra.
De una simple migaja de tristeza,
le ha nacido al crepúsculo tanta golondrina;
que no sabe cómo educar el vuelo del ángelus.
ni distribuir la luz de las estrellas.
En el atril de los pájaros
se ha dormido la música,
y como ha llegado la luna vendedora de espejos,
el campo le enseña toda su musculatura.
ORFEO
¡Ya está podrida la miel de las rosas!
Podéis venir a ver este olfato del perfume en escombros,
esta herida que deja escapar un trino lastimado en las alas
y el naufragio inaudito de una gaviota partida por un rayo.
Al fondo del orgullo que sólo tú presientes
ensancha un polipero la marea de insomnios.
Y podéis venir a oír, cómo tenaz me busca la muerte,
cómo me quiebra el vértigo el dolor de los ojos
y cómo ocupa el odio el cenit del deseo.
Levantad sin pavor la persiana de músicas
y ojalá no logre filtrarse esa nube
condensada precisamente de lealtades:
Sería capaz de sacar al Invierno del frío del espejo
desatando una lluvia importuna de lágrimas.
No hay que preguntar nada al silencio,
ni al latido, ni a la mirada hendida de soberbia.
No hay que sufrir porque sufra la melodía
la caída de un ángel desde el último peldaño
de la flauta.
Porque ya nuestro sueño está de bruces
abandonado y solo,
sobre una geometría de rabia que han dibujado los estiletes de
los tábanos
y los dientes de la hiena rayada.
Algo que no es siquiera recuerdo,
un susurro indecible de venenos inertes,
un tufo de destiempo embriagado,
un microbio de angustias sin fechas y sin nombre;
he sorprendido cuando menos esperaba
en el declive de un rayo de luz ácida,
invirtiendo el orden logarítmico de mi propia exigencia
cada día más exacta y cada día menos cálida.
Ya vuelvo a ti los ojos, Orfeo.
Tú, puedes decirme sin palabras
de qué melancolía se nutre esta dalia incomprensible
marchitándose el filo de la voz húmeda de bemoles.
¡Oh Orfeo! ... Tú que subes a la tempestad desde una gota
de agua...
dispersa el ozono en el rencor del aire,
que no se deje ver en la mirada el grisú del olvido
y el soplo de un otoño cruel en la memoria:
que el hielo ni el calor, se mezclen a_ la sangre
a la hora puntual en que descuelguen la luz las alondras
del alba.
1935.
POEMA JUBILOSO
Haberse libertado de la fiebre y del brillo.
Ser opaco, pasar desapercibido,
sentir el silencioso avance
de abejas muertas en su propia miel.
Cantar las alboradas con los pájaros y los estambres;
para luego tener que ponerse profundamente triste:
por la carestía del pan,
por los cuerpos débiles que palidecen mortalmente,
por los huérfanos de luto,
por los coches tumbados en los sótanos,
por nuestra muerte imaginada,
por los granos que se pudren en el silencio
húmedo del troje,
y por las promesas que nunca cumplirán.
Aquí empieza a amasarse la alegría.
Nace de una entereza del llanto,
y se nos sube a los ojos como un aceite ansioso.
Aquí está el júbilo.
Tuvo su origen en una vieja tristeza
cansada de seguir siendo triste.
Por eso ahora que exprime la memoria
pesados racimos de uvas negras de olvido.
Y que por su parte, el recuerdo se obstina
en incendiar resinas en la sangre:
es bueno regresar al mundo, afanoso,
con las manos vacías y el corazón repleto.
1936.
RADIOGRAMA AL PROLETARIADO DEL MUNDO
He aquí, que empieza a flaquear la capacidad de la luz
y hay un insospechado avance lóbrego,
que quisiera hacer crujir la madera calcinada
de las antorchas viejas.
Se hace imposible detener la rabia de este viento
que nos deja su mordedura fría en las entrañas.
Y los sueños son amargos porque fermentan la angustia,
mientras vigila el hambre nuestra inútil embriaguez,
-de bruces- en el hueco de las noches desoladas.
Ya no puede nuestra voz ser filtrada en cristales.
Hoy cantamos nuestras salmodias bárbaras
con la garganta tensa, crispada,
con el pecho expandido y recio como coraza
y con los ojos encendidos de amor sobre los horizontes.
La distancia y el futuro son nuestros
y también el espíritu:
queremos conquistar más espacio
porque ya nuestro aliento se hace diluvial
sobre los hermosos y confortables valles del mundo.
Y Tú, Mujer de Blusa, que has gustado cien veces
el sabor acre de las jornadas sin pan y sin amor:
restregad los ojos enturbiados de tristeza,
subid a la torre de acero que levanto en mi grito,
y admirad como comba el vientre de los mares
la próxima tormenta.
Como hierve y jadea en los motores
el sudor de los siglos esclavos.
Como el dolor humilde enreda en el aire su mensaje.
Y como se alinean del otro lado del alba:
nuestras usinas,
nuestras máquinas,
nuestros campos feraces,
nuestras ciudades sin campanarios,
nuestras claras pirámides de libros
encendiendo la atmósfera como montañas nevadas,
y nuestras rojas banderas como volcanes en llamas.
Ved cómo es grande y bella nuestra obra.
Pero, ahora, bajad la voz.
(No más desaliento).
Haced el silencio, el inefable silencio.
(Que no se oiga una queja)
Que nuestros entusiasmos se viertan
tal un bálsamo suave de caricias:
en mis manos entumecidas,
en mis párpados,
en tus oídos y en tus labios.
Dejemos madurar nuestros besos
al rescoldo de un pensamiento alegre
-oyendo en mis sienes, junto a tus senos-
acelerar el pulso del tiempo.
1936.
VIGIA
Ayayay de luna parturienta
verde noche de sapos,
sangre de mujer ahogada,
brillo de hiel,
mandíbula de plomo,
sonámbula por el filo del pulso:
¡canción negra con los ojos abiertos! ...
Dormido en tus largos cabellos,
golpeando tus sienes desamparadas,
angustiado ya de no poder angustiarme
con los dientes desesperados
he mordido la calma hasta suspirar.
¡Oh!, corazón hundido, pez de dársena,
-no sé si es el salto de alegría, o pavor-
porque te mueves apenas como una brisa
entre barcos de proas tan altas
que no alcanza a subir la mirada;
porque te abres en la humedad
despacio, con tino de molusco,
convaleciente, urgida pero lenta
como marea ciega buscando el horizonte;
porque te veo emerger de la muerte:
lívida mariposa,
trote de lejanos corceles,
cervatillo sin madre,
acechanza con dagas
nenúfar golpeado en el agua,
alma sola acompañada de soledad.
Mayo de 1937.
DESPEDIDA
En el andén de alelados adioses
el humo huele como el olvido.
Se adelgaza tu cabeza en el viento
y veo tus ojos mirarme en todas partes,
me crecen los brazos paralelos
y no puedo evitar que tu sonrisa
-tan tuva- inunde la mañana.
Tal vez mis serpientes amargas
no transiten los altos árboles
y quizá sea imposible
volver a ver el mar a través
de esa dulce ventana abierta
a frescas claridades
que hacía todo suave y sin fragor.
Pero estoy seguro que vuelves sin orillas,
con una pequeña congoja alojada
no sé donde, con un imperceptible temblor
en la voz, con un arriendo de duda.
Y yo quedado sin. dispararme:
invento desechado, correo devuelto,
sin depósito ni llave precisa.
Me quedo hundido en la distancia,
infortunado pescador de perlas
respirando por el largo conducto de tu oído.
Mayo de 1937.
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