HUGO ALEMÁN
(Quito, 1899)

DE AYER

Romántica obsesión: la casita contigua
donde -locos muchachos- íbamos a jugar.
La precoz esperanza de una sonrisa ambigua
y un inconcreto anhelo de sufrir y esperar . . .

Noches de luna, llenas de una tristeza antigua.
Días de vacaciones. Risueño descansar.
Cuentos miedosos bajo la claridad exigua
de una lámpara como cansada de alumbrar.

Sueños de adolescente: la muchachita rubia
que en mis ingenuidades derramó como lluvia
de estrellas sus miradas, y me enseñó a querer.

En su vértigo, el tiempo me robó ese cariño,
por eso en el temprano dolor de cualquier niño
se reproduce la íntima presencia de mi Ayer . . .

YO TENIA UN JARDIN...

Yo tenía un jardín sangriento de rosales
y tenía un rosal de nieve, parecía
un cisne en una cárdena laguna, me fingía
la adorable sonrisa de unos labios sensuales.

Yo tenía un jardín florido de ideales
blancos y, como rosa de sangre, una alegría.
Ahora soy el dueño de esta melancolía,
inevitable rosa de todos los rosales.

Ya ves, nada conservo. Hasta la primavera,
que tuvo el fresco encanto de la novia primera,
se ausentó de los claros paisajes de mi vida.

Y cuando yo pensaba en una buena hermana
que agregara murmullos al alba renacido,
¡comprendo que estoy solo, que tú estás tan lejana! . . .

UBICUIDAD DEL HIJO

Estuviste en el grito de mi sangre,
en la savia inconsútil de mi espíritu,
en la longevidad de mi ternura
y en el vagido de mi sentimiento.

Estuviste en el cielo sin contornos,
en la espiga de luz de las estrellas,
en la benigna dádiva del sol -diluvio blondo-
y en el enigma eterno de las constelaciones.

Estuviste en la sombra de la tierra
y en la celeste imagen copiada sobre el agua,
en las vertiginosas espirales del humo,
en la ínsita epilepsia de la orquídea,
en la predilección entusiasta de un libro
y en la fidelidad creciente de la angustia.

Estuviste en la vida,
en el lenguaje inmaterial del viento,
en el temblor de una caricia inédita,
en la trémula llama que se tiende
-de corazón a corazón- sobre el milagro
cordial de dos miradas...

Estuviste en la ingrávida persistencia del aire,
en el romanticismo de un crepúsculo,
en la voz inicial y en la fortuita plática,
en el follaje que aprisiona arabescos de luna
y en el itinerario inverosímil
de las nubes viajeras.

Entre los simulacros de las pasiones náufragas
se proyectaba nebulosamente
tu insólita presencia.
Ibas preso en el ritmo de todos mis andares
al límite boreal de la esperanza ...

Estuviste en la entraña de los símbolos,
en la diversidad de las imágenes,
en la loca aquiescencia del índice del tiempo,
en la polifonía del espacio
y en la incontrovertible voluntad del destino.

Por ti pienso en el copo de armiño de la infancia
y amo las mordeduras de la vida.
En actitud contradictoria, el mundo
me ciñe inesperados cíngulos de victoria.

Por ti enderezo el cauce de mis días
-entre los rotos juncos de un paisaje-
hacia la plenitud de los remansos.
Vivimos en nosotros. Estás en mi trayecto:
norte de mis acciones, bastión de mis ideas,
raíz de mis espinas y mis rosas.

Eres para el caudal de mis anhelos,
para mi sed de magnanimidades,
venero de promesas, racimo de emociones,
arco-iris que eslabonas el cielo con la tierra.

Como al conjuro de una voz recóndita,
ahora, se han llenado mis ojos de nostalgias.
Humedece mis párpados la niebla
glacial de los recuerdos.
En tropel espectral se acercan y huyen
los goces y los júbilos distantes.
Y de ese erial de escombros y cenizas,
del propio cementerio de los éxtasis,
resucita un preludio de bonanzas.

Superando la bruma de la melancolía
y la oval transparencia de las lágrimas,
está la magia augusta de tu senda,
el florilegio de tus primaveras.
Me alejo de la dársena del tedio
y en la góndola enhiesta que tú guías
hacia el pródigo embrujo de horizontes intactos,
va mi conformidad resplandeciente.
No importan los contrastes: el orto y el ocaso,
latitudes disímiles; pero, en suma, invariables ...

Estuviste en mi sangre y en mi espíritu
siempre. ¡Y eres el báculo de mi última alegría!

MADRE

Madre:

la luna nueva del recuerdo
ha bordeado los nubarrones de los años.
La lengua del viento
-como un corderillo- lame el brocal salobre de mis párpados.

Pañales deshilachados. Cuna mohosa. Herencia
de los hermanos mayores,
Escuela: ensayo silencioso de protesta.
Adolescencia: pórtico venial. Juventud: música de oboes.

Madre:

Cuando me desplazaron tus entrañas,
tu espíritu debió sufrir un estremecimiento.
Mi sonrisa inicial decoraron bambalinas de lágrimas.
Tu corazón debió latir con compases de miedo.

Después. Como todos los niños,
me enrolaba en las filas de la muchachada del barrio.
Jugábamos a la guerra, inventando enemigos.
Despertaba en nosotros la iracundia, ese estigma nefasto.

Madre:

Por la pradera de la infancia
volaban las mariposas multicolores del peligro.
Me obsesionaron sus matices. Y, de erranza en erranza,
perdí la realidad de los caminos.

Enfermedad de lejanías. Ráfagas de violencia. Pasos
desleales. Vicisitudes de farándula. Explosión de deseos.
Crepúsculos dispares. Sangre y tierra en los labios.
Sabor desemejante de los besos.

Madre:

Mi corazón extrajo de tus penas este ritmo de lucha.
Vibró con el clamor de la protesta. Con el dolor multiplicado
de los niños hambrientos y andrajosos. Sintió la mordedura
del mal. Oyó el pregón de la miseria y el estertor de los esclavos.

Desde el suburbio donde el hambre palpita en carne viva,
se elevará la acusación multánime. Como lengua de hoguera,
se alzará hasta la urdimbre de las cosas roídas de injusticia.
La esteva del tiempo limpiará el camino. Humanizará la senda!