HUGO SALAZAR TAMARÍZ
(Cuenca, 1923)

CANTO SEPTIMO

IDENTIDAD
A FRANCISCO X. SALAZAR (Mi padre)

Mi país es de fuego domiciliado en sangre
y en palabra;
un grito transmutado en ola
en ala
y hasta en soledad.
Es un vasto país con eucaliptos
y dispara a los mitos del azul
su verde dialecto tropical de maraña;
tiene como hombros volcanes con anhelos nevados
y pesadas montañas de tierra
y de impuestos;
debajo de sus hombres,
de su hierba fidelísima,
de sus gusanos,
tiene el subsuelo abriendo sus alcobas
y también la cadena de la semilla
y de la mies,
ajenas,

y del ajeno pan en hambre propia...
Al lado de sus seres
y sus árboles,
tiene ríos inventados por él,
dichos como en un sólo golpe de voz
y algunos,
como el Guayas
o el Esmeraldas,
en el dintel,
hojeando eternamente su marea de peces
y de barcos.
Mi país es un punto de la tierra que se volvió alarido
entre el mar
y las rocas
y sus gentes.
Aquí,
en el alarido,
vive su habitante transparente,
como la buena voluntad,
opaco tal el capricho
sentado en los recodos del alma
v en los caminos trabajados con las uñas.
Ama el pedestal,
la pared del viento,
su techo de lluvia
y sol turnándose.
Mastica condimentos dolorosos en su historia
y edita un diario de trabajo
con los crispados signos de los dedos;
digiere su memoria
y sus proyectos;
gasta sus zapatos
y su sangre;
desvive su única existencia;
recoge cacao,
arroz,
patatas,
el llanto de los niños,
el dolor de las hembras
y el silencio del hombre;
siembra cañaduzales,
tagua,
mangle
y un ferviente deseo de elevarse,
sembrándose a sí mismo,
después de las colinas
y de las tempestades.
Mi país es de fuego derramado,
de oro robado por los yanquis;
tiene árboles
y mujeres frutales,
en cada paso de su cuerpo henchido.
Mi país es la sílaba tónica
y su acento
el habitante vibrátil,
amenazado,
que le viene como a pedir de boca,
que ama la esquina de su casa,
el año de su boda,
y su pellejo sensitivo,
tibio,
irrenunciable.
Es aquí,
precisamente,
donde enterraron al padre de su padre,
entre el día,
la noche
y el abuso.
En este punto celebraron todos la llegada del hijo,
un explotado más,
un hombre puesto debajo del centavo,
pero que empujaría la justicia hacia delante.
Aquí se besaron los novios,
más allá de los padres,
y muy cerca de un fuego que destruye su idioma.
Este punto es sagrado
como el contorno de mí madre!
A mi país se viene con los pasos lavados,
con el alma encima del vestido
y vestidos de hombres,
no como cadenas de empréstitos
o misiones militares,
ni invadiendo,
atropellando el derecho de darnos gobernantes
de acuerdo con nuestro aire,
nuestra luz,
conciencia,
necesidad
y tiempo.
Es un país con luz
y su tiniebla es para hombres
que duermen no que han muerto.
Es un país de niños que han crecido como el maíz,
las aves
o el cabello;
que cumple su palabra,
y tiene citas,
experimenta asco,
y siente hambre de cereal,
de mujer
y de justicia!
Mi país es un poco de montañas
que alcanzan para todos los altos de la tierra;
en ellas está el grito
y en el grito nosotros,
enteros como el día!
Mi país es la costa,
la sierra
y su futuro,
los hijos ilegítimos
y el hombre que delinque,
el pleito de vecinos
y el obrero apresado,
el anónimo muerto en elecciones
y el impuesto que roba la empresa imperialista;
la hulla,
el petróleo,
la balsa liviana como el aire
y la voz alta;
el sueño de los hijos,
el recuerdo
las sienes del suicida,
el vientre repleto de las hembras,
de los barcos
y de los propósitos.
Estamos aquí cientos de años,
subiendo la montaña
y fabricando el día de mañana;
alimentando infamias, políticos
y engaños;
viviendo de discursos,
de congresos inútiles,
de onerosas deudas extranjeras;
viviendo de empujones,
de llanto,
de protestas.
Pero ésta es nuestra tierra
y hasta el fuego nos toca con caricia si nace de su filo
y crece en su corteza inundada de siglos ...
Mi país es arena en la ribera,
un gran río en la niebla
y niebla en la primera hora
y amenaza de niebla en el futuro;
es también vientre combado
y apretarse de manos expansivas,
y charla de mujeres al umbral de la tarde,
y palmada cordial en las espaldas,
agua clara en el río,
en la lluvia
y en el vaso casero
y permanente.
Mi país es el lápiz,
el retrato amarillento,
las puertas que chirrían en las noches como gatos en celo
o moribundos;
es también los pianos,
la ropa lavada,
los guijarros,
la mesa con migajas,
el paseo del domingo,
el alto madrugar del panadero,
la sombra del árbol o del padre;
el jugo de las frutas
y sus cortezas desoladas
y el hombre que las barre,
sorbiéndose el alba con sus necesidades apremiantes.
Es cada nueva huelga
y los reclamos,
el salario ridículo que arde como espina
en la yema de los dedos;
es la boca del hijo sin sustento,
sin escuela ni calzado;
el campesino sin puentes,
sin letras,
sin descanso,
sin riesgo
y sin domingos;
el empleado con su única comida
y doce bocas;
el cargador con su ración de insultos,
encallecido de hambre;
y el chofer,
con el sueño,
de eterno copiloto.
Es un laberinto de valles
y montañas,
selvas,
ríos,
lagunas;
un laberinto de calles,
destinos
y marcas extranjeras
y terribles esfuerzos nacionales!
Mi país es el mar hecho montañas hacia el lado de arriba
y hombres por el lado de adentro;
tiene aves parecidas a todos los sonidos
y formas parecidas a todas las miradas;
frutos como buenos consejos
y raíces tan hondas como querer ser libres!
Todo el que venga en son de guerra entrará en el rugido;
tendrá que arremangarse para luchar
con nuestra lucha justa:
tenemos de aliado al sol
que nos alumbra desde adentro hacia afuera!

(De El habitante amenazado)

EL HOMBRE

I

Hay que pegarle al hombre
darle duro
con algo duro
ímprobo
tremendo
para que diga:

acepto
estoy conforme.
Es preciso correr hasta las llamas
y traerlas intactas
para quemarlo como a la paja
como a los colchones pestosos
como a la maleza.
Es necesario
imprescindible
acudir al acero
y sobornarlo
hasta que tenga forma de cadena
hasta que apriete
hasta que duela mucho.
Hay que conseguir piedras
muchas piedras
de variados tamaños
todas llenas de aristas
de puntas
de heridas
para moler al hombre
cuantas veces pretenda negarse
decir:
no,
¡quiero justicia!
Hay que inventarse armas
tratados
protocolos
destruir
sus casas
sus hijos
sus proyectos.
El hombre es peligroso
hay que cortarle
las uñas
desnudarlo
mermar su aire
su agua
su venida.
Desde que apareció sobre la tierra
caprichoso
incomprensible
tenaz
insoportable
negóse a decir:

estoy conforme
acepto.

II

Siempre ha estado poniéndose en pie
gritando
acalorándose
imprecando
y queriendo las cosas de la tierra.
No es posible dejarlo libre
hay que amputar
no sus piernas
ni sus brazos
sino su voluntad
su fe
su orgullo.
De qué ha valido decapitarlo
quemarlo
lapidarlo
siempre reaparece intacto
exacto
ceñudo
o tarareando.
¿No es posible crear algo más duro que la piedra
más fuerte que el acero
más estrecho que la tumba
más lejano que el exilio?
Si persiste en volver
inmediatamente después de la matanza
apenas ha sido derribado
después que lo cubrieron con el suelo
tan luego como lo hicieron trizas
es indispensable entonces
¡reunir toda la ciencia
y castigarlo!
¡Que no se vea más
en parte alguna
su huella...!
Hay que extinguirlo
como a los avestruces
tirarlo por la borda
como a los muertos imprudentes
pisarlo reiteradamente
como a las colillas peligrosas
esconderlo
como a los parientes idiotas
meterse en los extremos
y buscar
desesperadamente
un antídoto contra el hombre.

III

¿De dónde habrá salido este ser
único
en el planeta
que puede
volverse loco
reír
creer en dioses
opinar
discutir
reclamar
durante siglos
discurrir
reunirse
y repetirse a cada instante?
Lo malo
anonadante
es que nadie ha conseguido
hacer que diga:

acepto
estoy de acuerdo.
Nada lo ha detenido:
ni los dioses
ni la muralla del sonido
ni los celestes hongos infernales
ni los viajes siderales
sin peso
ni los profetas
ni la constante muerte.
Va consiguiendo todo
poco a poco
pero todo cuanto ha querido
y hasta lo que ha soñado
o amenazado
¿Y si
después de haber inventado algo
más total que el silencio
más duro
que él mismo
reaparece?
¡Este es el gran peligro
supuesto que
si vuelve
como ha de volver
nunca conseguirá nadie
que diga:

acepto
estoy conforme...