FILOTEO SAMANIEGO
(Quito, 1928)

UMIÑA
(Fragmento)

Tu ser nos vino en la sombra de una incógnita. Tu
espalda fue viento. Conjeturas y antes, abismos, preguntas.
Tiempo, no conocí tu risa, mas llegaste porque era urgente que
te descubriese para explicarme a mí mismo.

¿Cuál fue el signo de tu derrota, caminante? Siglos y
siglos extraviaron la huella y así, reducido a teoría, queda, tan
sólo, de ti la presencia sin discusión. Estás presente y no
hablas, Continente, porque te sobran voz y silencio donde
hallarte.

En el origen, Dios, y luego tú, hombre universo, libre
en tu retorno al Origen.

El mar alteró tus sueños al anularte el grito y la mirada.
La ola se alzó, sometió cimas, amoldó a su antojo geografías.

En el pavor, clamaste por la esposa que asimismo te
llamaba. Buscaste al hermano que tus ojos requería. Y el amigo,
la esposa y el hermano quedaron desatados por el mar, y
entonces solos.

Fue la gran sorpresa del hombre ese antojo del mar: el
cataclismo. Estuvo por demás la soledad.

VENCIMIENTO

I

Evidencia y muerte
en la eternidad que me niegan
tus armas de polvo,
tus caminos de humo.

He aquí el compromiso:
transar con el otoño vagabundo;
elegir el consentimiento del junco vencido;
asir la mano del alba cuando, temblorosa,
se anida en los muslos locos,
y amar la carne profunda en sus nieves
y torrentes.

¿Quién abre la flor sin nombre
de tus ojos?

¿Quién gime en tus senos sin reposo?

¿Quién habla, fuera de ti, sobre ti misma,
en sombra de deseo prolongadas,
sin freno ni medida,
aun insatisfechas?

II

Idioma vencido de tus labios:
palabras muertas de nieve
brotan, como almendra antigua,
amenazada de males, de albas,
de murmullos.

Y la roca, y la arcilla, sin alas
se aferran al aluvión, huyen del viento
y funden su soledad en la extraña máscara:
rasgos fijos del amante en la edad, imprecisa
y sin tiempo, de la amada.

Fuente alerta, estrella detrás
de la mañana,
tu cuerpo se impacienta sin tormentas
y sin nadie.

Arco de sol y hierba mordida porque
las cenizas del vencedor
urgen la agonía de la flor tenaz.

Fardo de placer, que nunca soporta
te vence, con su peso, en la noche:
el canto se acumula en tus silencios,
y un torrente habita e impacienta
tus surcos cavilosos.

III

La puerta del alma medio abierta:
por allí, te exilias del ardor del día,
preservándote.

Más acá, serías como un fantasma
tachonado de agujas, miradas y dicterios

Incesante herencia de crepúsculos,
revives el mar, la ola elemental, el eco
transparente y mágico.

Pero el reino de tu cuerpo tambalea
se cierra el libro.

Nace el enigma y la evidencia de vida
y habla el silencio.

Estás presente y se me abren tus camino
de fuego y tus depuestas armas de luz.
¡Yaces, al fin, vencida!

Y TU, MARIA, Y EL HIJO DE TU VIENTRE

(Mar Muerto. frente a Jericó)

Y tú, María, tan cerca con tu fruto íntimo,
lista para abrirte a Dios, madre del Hombre,
lodo de estos suelos para molde de la vida.

¿Fueron la cal, la arcilla, el limo, materias para el acto de
amor?
¿Quién sopló el puñado de tierra en el vientre de la madre?
¿Por qué esa gestación primigenia del ave, del canto del ave, en
el horno del vientre virgen?

Ave impalpable, ave amor, vaciada en la arcilla honda, crisol de
cantos,
naces en cada instante en alas de palabras
y la arcilla se triza y se rompe en oídos de la piedra.
Se rompe la voz del ave en medio de la turba desatenta,
naufragio,
agonía del mensaje por hacer
en la entraña de la madre.

..........................................................

Que te vuelvas nada o casi nada para que no arda el rayo en tu horizonte.

Estar en ti, contigo, es infinito estar, tal es tu fuerza de amor.

Irme de ti, si ya no puedo más ir, llegado como estoy a mi frontera.

El límite prevé o está previsto. Mas yo sobrepasé la puerta, estoy exento de nuevo querer, tanto he querido. Te he querido y ese pasado traspasa el presente, hasta la negación.

Irme de ti, dejar tu ángel y morir de sed sin tiempo de retorno, sin borde de esperanza. Agua traediza, me vino una edad contigo que embalsé en mis campos, que acanalé en mis huertos.

Qué regosto comparable al recuerdo de tu vena de agua. Tu presencia recalcó mis secanos tornándolos fértiles. Generosa, llevaste los cauces de tu empeño hasta mi sed; fuiste fomento y azacán de mis tierras.

Si vino flor fue por tu gracia v ella vivió va sin edades, flor sin tiempo.

Aun cuando te vuelvas aire, abrazaré la atmósfera con la cuenca de mi mano y quemaré sin llanto mi audacia. Tal es tu fuerza de amor, flor de agua y fruto de torrente. Y en ambos, pura la intención de correr, de ser sin más, desposeída.

Baya o espiga, nuez o pezón, a tu fruto lo vi en cierne. Y me harté cuando reventó el gajo y se abrieron de hinchazón los escueznos.

Esencia propia y preservada, fuego y agua que andan sin vencerse. Ambos elementos y yo, cercano, para amarte. Irme de ti, total querer, hacia mi nada ...

(De Relente)

"Ello acontece muy cerca de Dios, en la gran avenid,
de los volcanes nevados".

ERNESTO DE LA ORDEN MIRACLE,
Ecuador, Arte y Paisaje

* * *

El lugar se alzaba como una escalera: protegidos por sus vigías, los valles llenaban la cuenca de la mano del Sol, que los dispuso como lechos de templanza para atenuar su ceño.

Un lindero de páramos, intermedio de severidad, ponía en claro el ahínco del artífice: árboles de sombras, ríos para sedes, prados para ocio y surcos trazados por la plenitud del hombre.

Vigías, en sucesión de postas, aguaitaban al habitante. Ordenes de rigidez y arrogancia. Llamémoslos: Cayambe, altanero del Norte, abrevas con mil aguas la Amazonía. El venado alimenta sus albas con miradas y es inmenso el mirar. La liebre busca mortiños y no la engañan presencias de belladona. Allá lejos la planta es más humana y sabe acariciar a la altura del seno: frailejones, oro con manos para tomarlo todo: la mujer y el reposo.

Pichincha, monte de veras. conserva tu regazo el prodigio: aún intentamos superarte. El ocaso, tinto de más allá, traza la sombra más sombra en el contraluz. A cualquier distancia gama que saltara brindaría la silueta de su delación. Y nadie se atreve. En el Oeste, el reptil, la marea, el alcatraz, la chonta, las iguanas; aquí, la garúa, el mirlo, el granizo y la mazorca. La línea de los climas fustiga sus dogmas.

Cotopaxi, materia del escolar. Hablamos geometría: "ese cono"..., y la línea se quiebra. Pasamos a la vida: "ese fuego"..., y la vida se rompe hacia el cielo en estrellas de muerte. Témpanos, grietas, lava -como la muerte, rasgo y línea, corte del cielo, frontera-.

Los flancos se nutren de esa mar de llamas v nubes de ceniza alteran el paisaje. Las manos estrujan la pimienta del molle antes de tantear olfatos. Y mueren las hormigas. "Ese triángulo", sepulcro de los Andes.

llinizas, siameses, rezuman júbilo sus juegos de aristas y en ellas es pródiga y audaz la montería. ¡Qué urdimbre de arcoiris y mañanas!

Tungurahua fomenta la sed de abismos. Es, de tanto trepar, pavor vertical. Nutren las pavuras de su vientre candelas remozadas, engendros de la boda telúrica y polen que temen las doncellas.

Chimborazo: Atmósfera para suplir el hálito. Estupor en la cumbre. calambre en los recodos y en los sílices. Porque éste es albedrío del éter y de nadie. Macizo sin mesura. Rey del Ande esparcido por leguas en campos de relente. El llamingo, el cóndor, la pizarra, sólo ascienden hasta el linde del respeto. Más allá yacen el orgullo y la extensión sin término.

(De Umiña)

NUESTRO HIJO

I

Nuestro hijo ha de ser como la tierra.
Parco como el surco.
Sin palabras.
Expresión suficiente, como el risco.
como la tierra, antiguo y levantado por sí, antes del árbol.
Moras en sus ojos tintos de mirar
Pero ojos agua.
Como la sed del sediente buscará saciarse. Bastarse.
como la tierra.
Agua para pensar y repetirse.
Onda del agua.
Y además cristal, tierra y agua a la vez, siempre y antes.
Nuestro hijo será, así, presencia sin fronteras ni dudas, ante.
que sombra o reto.
como la tierra nuestro hijo será, desposeído.
Nada en su haber, dueño de todo, de sí, bastándose como el
agua.
Hijo horizonte, mar, desierto, voz.
Voz del agua.
Nuestro hijo será un viento de voces.
Sin palabras.
Como el risco.
Ha de ser árbol y fuego.
Para todos como el árbol, como el viento y como el agua.
Tierra ha de ser.
¡Y horizonte!

II

Cuando abra los ojos, ha de ver.
Y si nos los abre, ha de ver.
cerrando los ojos ha de ver.
Para sí, hacia dentro.
Porque es necesario que tenga mirada y senderos pues,
para llegar a la montaña, ha de andar más allá de la montaña.
Hasta el mar ha de andar.
Más allá de las estrellas para llegar a los hombres.
Ha de andar para conocer al hombre.
Ha de andar más allá de sus ojos y de sus pies.
Y para estar junto al hombre, ha de amar el sendero que
le hizo amar el cielo, el mar y la montaña.
Ha de amar le propio y lo extranjero como si fuese propio.
Lo pobre, lo transparente, lo sustantivo.
Ha de amar el cielo, el sueño y la ternura para aprender
a amar.
Ha de ver entonces al hombre.
Ha de caminar así hacia Dios.
Y ha de amar de tal manera a Dios y al hombre.
Pues esos tendrán que ser sus senderos, sus gozos.

III

Tenemos que saludarle y hacer que salude sus albas, su nube,
su flor.
Darle a beber luz a cántaro repleto.
Que se desborde de luz.
En el relente v en el agua tendrá que presentir la luz.
En la mirada. deberá seguirla.
Hasta deslumbrarse.
Hasta que sea la luz quien lo persiga en su sombra primer,;.
Nunca enceguecido, pero pleno, seguro.
Tenemos que hablarle.
Que comprenda y sepa la voz.
Que conozca la mirada antes de la voz.
Que presíenta y domine el pensamiento que lo mira.
Y que indague el camino en flor de huellas.
Profundo el surco del andar.
como si andar fuese motivo y consecuencia de la
Que aprenda en el camino la sed de la distancia.
La sed del ritmo.
La fe de los caminos y los puertos.
Sabor de mar v sed de llanto.
Los senderos tienen ritmo, fe v llanto.
Y el mar sabe a sal y a puerto.
Nuestro hijo tiene que franquear sus caminos hacia el puerto
de su fe.
Tiene que alcanzar la fe y la meta con urgencia y con prisa de
sed.

(De Signos)

EL AGUA AJENA

I

Si a alguien envidio, admiro y compadezco, es a ti,
portador de agua, aguatero de espaldas lastimadas por la sed,
la nitidez v la frescura ajenas;
lastimoso ser
vencido
bajo el peso de la vasija
llena de peso de agua,
que tuerce,
oprime,
hace temblar el paso,
hunde el camino
y vuelve profunda la huella en el lodo, que riega la propia
agua extraña.
El agua, del aljibe a ti y de ti, a la sed ajena.
El agua, de la cascada a ti y de ti, a la frescura que
te agobia.
El agua, de la acequia a ti y de ti a los labios que te ignoran.
El sol,
por la boca del cántaro, entra,
se mira en el agua y vuelve a sí, radiante de estrellas
fraccionadas.
Y cuando, al reposar, arrimas el cántaro y te miras,
huye el sol
y se oscurece el agua que te huye, asimismo,
negando tu imagen.
Te estremeces, entonces, de sombra y de destino.
Inquieres la razón de la claridad negada, y te pierdes en la
noche de tu menester.
No ves tu rostro y te confundes, de ti desconocido y de
los otros.
Hombre sin nombre
y sin figura,
casi sin alma,
o de alma oscurecida por el agua de espaldas,
por el agua que llevas, días, meses, años,
adherida a tus riñones presos.
linfa enferma de tus costados,
aguamiel, negada a tu sed urgente, que no te fue socorro
ni manantial.

II

A ti, brotado también de la tierra, te bautizaron y
luego, te echaron al erial de tu oficio.
Bebiste, siempre, con más gusto, en el andar entre la
fuente y el destino,
el aguaviento que te brindó la lluvia.
Aquí hay una charca generosa, morena de limo v de
pisadas.
Mira tu rostro en ella, metal de tus abuelos,
y olvida el cántaro.
O más bien, recuerda: una voz te llama desde la imagen.
Rompe el cántaro junto a la charca
y deja que se mezclen las aguas:
vasija y charca ensombrecidas, pero más de propio mirar;
aguas de espejo nuevo para tentar al sol
con otro abrevadero sin destino,
sin límite de arcilla,
sin bocas canceladas;
para llamarlo a la lumbre del agua
y en ella juntar sol y rostro de aguatero;
para beber la luna en plenilunio
y reposar con ella,
luna y sueño de aguatero.

(De Signos II)

EN TANTAS PATRIAS EXTRAÑAS, LOS HIJOS DEL EXILIO

Niño de Palestina; niño que apenas conozco,
nacido con manos sin razones,
buscas el calor de un seno,
y apenas el seno se te ofrenda,
ya arrancan ese sabor de tu esperanza.
Muerdes, entonces, con rabia,
y tus uñas lastiman: descubres el lamento.
¡Quieres vivir!

Un campo, una ventana, un viento,
se ajustaron a tus horas.
Pero alguien te ocultó la calle,
te quemó la mesa,
te arrancó la flor,
cuando apenas sabías de hombres en las calles,
de pan sobre la mesa,
de flor en los cabellos.
Y así nació el motivo para llorar tus silencios perdurables.

Estos fueron tus breves horizontes:
el limo que anima el olivar;
los higos abiertos en su pulpa;
los labios, como higos, de la esposa;
veranos al término de cada atardecer;
aceitunas dormidas en la arena;
soles en la tez del padre campesino
agua mínima en la euforia del oasis.

Mas alguien rechazó tu aprender de hombre niño:
tus canciones, tus aldeas, tus caminos,
v te arrancó la esencia de tus ritmos,
la miel de tus granadas,
los suelos de tu Dios,
los muros de tus templos,
las rutas de tus peregrinajes.
Y siendo señor de tu sombra y de tus hijos
de pronto te han negado el sol
y el saludo del hijo,
v te han echado a tu soledad de hoy.

¡Qué te resta sino el grito!
Pero un grito con uñas que lastime y hiera
y grabe hondo tu destino actual:
pues saben tus manos que ya no han de palpar
la piel de la sandía, la pulpa del limón,
la frente de la amiga,
porque hay rencor, lija y rabia en esas
manos amor.

Allí estás v allí te conozco v desconozco,
habitante de exilios, ceniza de recuerdos,
escuchando idiomas ajenos;
caminando la calle de otros;
en la casa de nadie;
en la historia incrustado;
rodeado de dudas que niegan tu alegría;
rodeado de zanjas en todos sus senderos;
fuera de tu ámbito y familia;
fuera de las frases cotidianas;
fuera del olor de tus ganados;
fuera de tu alfombra de plegarias;
fuera de tus meridianos y de tu geografía;
fuera de tu mar y de tus peces;
fuera del balido de tus cabras;
fuera de tus ríos bautismales;
fuera de los fémures abuelos;
fuera de las páginas del Libro;
fuera de tu propia suerte,
de tu propio perro,
de tu propia tos,
de tu propia siesta.

Te han sacado de ti hasta la ira y
estás fuera de ti,
niño espantado de ti mismo,
niño de Palestina sin pretextos, sin amor,
sin atenuantes v sin sombras.
No encuentran su lecho tus mujeres,
su pasto tus ovejas,
su estrella tus pastores;
y alteras el orden de los clanes sembrando la
semilla del fuego que te asignan
como si tu único suceso fuese el desamor
y tu única noticia, el aterrado comentario.
¿Vas a recobrar un día tu sonrisa?
Niño de potos alicientes, de pocos amigos,
camisas, rayuelas, recreos.
¿Serás, al fin, alumno, en el patio de tu escuela,
sobresalto en la cordura del maestro?
¿En tus caminos te volarán gorriones?
¿Romperás, en tus charlas, la sintaxis?
¿Mancharás de tinta los cuadernos?
¿Serás, al fin, niño como todos, con tíos,
con sueños, con canicas?
Niño de Palestina, hermano, amigo
de mis hijos,
¿hasta cuándo ese lecho frío,
esa patria con remiendos,
ese techo desvalido,
esa ventana de aristas,
esos ojos y esas manos con púas y con muerte?

(De Los niños sordos)