FRANCISCO GRANIZO RIVADENEIRA
(Quito, 1928)

MUERTE Y CAZA DE LA MADRE

Anima, vagula, blandula
Adriano
Amor meus, pondus meus
San Agustín
O si viderent internum aeternum
San Agustín
Mamá Etabía de Nayío, a tu pato yebayoto
habla infantil
Divídame, dureza,
y en agua sal su escama y su sigilo
alfanje que no empieza
y de la sirte en vilo
toda la luna pájaro y rehílo.

Ninguna travesía,
nao feroz, su timonel cenceño,
al alba proseguía
a fallecer isleño,
pobre el yantar y consumido el leño.

Ni quilla, su deseo,
a la abismada sed de la serviola,
ni de alto devaneo
qué son de caracola
toca la evanescencia de la ola.

A prisa, su pecado,
la dulce valva y el delfín herido,
del fondo desvelado
y del arpón sumido
toman, divinamente anochecido.

Divinamente, a prisa
y anochecer, qué arena gemidora
detiene y martiriza
desvanecida prora
en tal escollo de frambuesa y hora.

Y de presentimiento,
en su profundidad y su atadura,
por alga y vencimiento
despavorida y dura
el ave breve de la luz madura.

En ángel de pavesa,
en noche de amarantas y sandía,
ya recrudece y pesa,
asombro y alegría,
la mariposa cálida del día.

Mas, indecible estela
por alígeras cales combatido,
aventurada tela,
y sordo desoído
navega y tarda el corazón medido.

Socaire de su salto,
lábil cantil resguárdale dolores,
y, lengua de basalto,
le ha atravesado azores
al vuelo de sus peces amadores.

No su aterida brasa,
no la encendida nieve de su lecho,
ni de la urdida hilaza
deshilvanado trecho
bajo el pétalo místico del techo.

No alcoba ni postigo,
y de la aleve brevedad absuelta,
su perecer, el trigo,
y la miga disuelta,
y desasosegada el alma suelta.

Por pan y de reposo
tan excedida ausencia desahuciada,
azahares y retozo
al agua reparada
deja, sobrevenida y resbalada.

¿A dónde, desandando,
aquellas liviandad y desventura
veníanse? ¿Hasta cuándo
tardaba su figura
toda desvalimiento v cortadura?

Veníanla siguiendo,
a tientas de su gozo y de su vino,
pasos, adolesciendo,
y líquido el espino
ahogando la su huella y su camino.

Veníase doliendo
de la su soledad y su hermosura,
y tanto desviviendo
la línea y la tersura
en ala de jazmín y arquitectura.

Letal, la retenida
anémona de sal, a su cilicio,
y desde la roída
mudez, al precipicio
finados dulcedumbre y maleficio.

Sólo solana y eco
a los suaves lebreles acudidos
su litoral reseco,
y a flor de sus ladridos
el duelo de los rastros perseguidos.

Alzada y gemebunda
desnídenla, gacela engañadiza,
su cántara jocunda,
vaciada y quebradiza,
de polvo y hora en la sazón concisa.

Crisálida sufriente
a rama de estos silbos ascendrados,
de sueño, de repente,
los peces insoñados
sobre los arrecifes acabados.

Qué tierra y desvarío
á la magnolia súbita del celo,
qué ruiseñor de hastío
al árbol de su pelo,
enlunecidos música y consuelo.

Cuello que declinaba,
los pechos avenidos, deseosa,
y de solar y aldaba
el aire en que reposa
la durísima abeja presurosa.

Vilano, la caricia,
aparecido cierzo, su peldaño,
¿Cuándo, celada, inicia
desdén y desengaño,
asido el hierro si plegado el paño?

A nada, blanda, plugo,
apuradas la casa, la cancela,
a cáscaras y mendrugo
su voz y cantinela,
la sucedida puerta, la cautela.

A nada, voz, detiene
recogida de suelo, sus andrajos,
de nada se enajene
su nada de uva y tajos,
para nada accedidos los atajos.

Comparecida, vaga,
sus indecisos términos, huyente,
y ardido y a la zaga,
inconsoladamente,
recae y calla el corazón urgente.

¡Ay, alma!, paso a paso,
qué deleitosamente tropezando,
huíame, al ribazo
la planta recatando,
el aromado suspirar dejando.

Y desaparecía
por la ladera de empinado canto,
y más la perseguía,
pisadas y quebranto,
roto mastín de cólera y amianto.

Exilio, su desnuda,
azucarada hiel y su punzada,
y en la distancia cruda,
atada, desatada,
desventuradamente aventurada.

La lejanía, el alto
revuelo de su lengua tornadiza,
escombro del asalto
la torre caediza,
la derruida espadaña de su risa.

Desala, posadero,
de la su tarda broza y de su grano,
la mesa y el brasero,
la toalla y el temprano,
desfallecido trance de tu mano.

Estibador ileso
de su dulce desliz y tesitura,
al nardo de su peso
cordeles de pavura
y orinecido clavo, tu presura.

Amada y amadora,
para largo el silbido y la distancia
la muerte olvidadora,
y a vuelo por la estancia,
la enfurecida noche de fragancia.

¿Era la desviada
cuchilla de suavísimo elemento?
La poza vulnerada
y en su perecimiento
toda la soledad del movimiento.

Toda, en sí misma, inmersa
caracola, a la grava del desvelo
nada diga que tuerza,
y la reclame el suelo
ahogada, dura, forma su recelo,

la magra pesadumbre
de recatadas pieles, al tropiezo
del porte y la costumbre,
a su caído hueso,
de sus salinas oquedades preso.

Cuando, recuperada
de calabozo y signo y asumida,
adviértola su nada
feliz y desvestida,
por imposibles polvos perseguida,

no está ni pertenece
a tiempo su desdén ni su cadena,
y queda y endurece
la nube amarga y llena
de la cortada luna de su pena.

Cundida, repentina
de pesos altos a inleudados panes,
volada presa atina
la lengua de los canes
por los desmenuzados ademanes.

Gacela, te volvías
a solitud y siesta querenciosas
en sombra y celosías,
y hiedras memoriosas
abríanme las llagas amorosas.

De bruces, devolviendo
al suelo tu sudor y geometría,
cesaste, decidiendo
mi silbo y cacería
a estadizos quebrantos y agonía.

De tu aire, en el repecho,
del tu cansado olor y tu sonido
quedádome al acecho,
asido y atrevido
a la añosa ballesta de mi oído.

Perdida v recolecta
te intentan el olvido y el gusano.
¡Ay, acosada y quieta!
¿cómo lanzar mi mano
para espantarte el sueño y el desgano?

Playa. Altamar. Tu lento
bajel de hierba. A vela asustadiza
desparecido viento
v a la arrobada brisa
procela de alcanfor y de ceniza.

Vas alta arremetida,
vas a la consunción de la saeta,
vas, heridora herida,
desdibujada y neta,
vas a todo y a nada, pez veleta.

Vas, corza, cuando vienes
de la estación de tu cardeña y fruta
al hambre de mis sienes,
y de tu almizcle y gruta
a despeñarme por la muerte bruta.

¡Ay, doloroso trapo!
¡Ay, a desnudo amor, amor huido!
¡Ay, carne! ¡Ay, de mi harapo
amor enfurecido,
en esta tela y sueños detenido!

Viajera y hortelana
del diminuto campo y del rocío;
ni dimensión te afana,
ni al paso de tu río,
piedra, tirada exhalación, el frío.

No te afanan, mezquinos,
ni nombre, ni verdad, ni mariposa
-celestes inquilinos-,
que, para cada cosa,
tienes la certidumbre de la rosa.

Vuelve buida nada
por lueñe día florecer de todo;
tu barca acoderada;
tu salto en el recodo;
y sólo inmenso corazón de lodo.

Abona y enternece
la tierra minuciosa que te junta,
te sana y acontece
y déjate trasunta
en la disolución de mi pregunta.

Amada, descendiendo
por tus aguas y tierras, sollozando,
me estoy como viviendo,
reclamos afilando
a mi vivo morir que va tardando.

NADA MAS EL VERBO
(fragmentos)

Mordiéndote,
sacudiéndote
como el hueso que el perro extrae del muladar,
de la vida así te arranco, Dios.
¿Eres inmundo,
medras en la náusea y el hedor de la náusea
o purísimo,
bueno,
absorto a náusea caes, sempiterno?
¿Eres la llaga o el gusano que la devora eres?
¿qué más da?
si en el tiempo decaeciente eres,
sólo eres
¡oh asqueroso!
dentro o fuera de mí,
el mismo, vil y amado
¿contra ti peco o tú me pecas, Dios?

En asfaltos caído
abro los ojos a tu luz
¿son estas sombras el vaho de tu verbo?

Eran ingenuos los dedos míos
y mi mano era todo el amor,
todo el amor corriendo
como un ángel sobre la dulce piel.

Ciegos, los ojos míos eran
¡suave tiniebla, claro tacto feliz!

De alta tierra de viento, caído
¿soy tu sombra por vagar a tu luz?

Fui gozoso.
Mordí la alegría como un pan.
y desnudo, me amaban.

Porque me has dado, divina, esta carne,
este hábito brutal,
yo, herido,
pudriéndome en tu baba feroz
¿he de amarte?
Porque, melosa, la viva cal del sexo,
la queja de tu vientre
suelta -sacra perfidia-
estos fetos atroces,
hombres -dices, se dicen-
¿he de amarles?
Porque de harapos viste mi mugre la llaga c
¿tu mano lúbrica ha de rasgarlos,
violador?

¡Ay, tú me pecas!
Y eres sucio
buen Dios que así nos haces
de carne y sueño
¿para yacer?
inacabable
hueso
falo
hambre mía
te arranco.

¡Oh desnudo lejos de ti,
sin ojos,
devuélveme a la niebla del ángel,
a la noche animal.
Déjame el alma,
larva quieta,
en el mar!

Mas, oh asqueroso, te amo.
Detente amado.
Fija
los grandes vagos ojos vacíos
en esta atada, pávida, agria por
Por una sola vez,
por sólo el hoyo del segundo
cierra
la enorme boca balbuciente d
y de la floja fauce limpia
la bella baba eterna y estelar.
Mira y calla y detén el bambo
y con nosotros,
tus hijos,
queda
padre,
inmenso bobo,
amado, amante Dios.

Tus ojos, ciego bruto, y nada más.
Tu silencio, tu verbo, y nada más.
De ti ya no queremos más.

Mal nos hiciste, enfermo padre,
y mal nos hace tu inextinguible voz.
De tu pútrido semen, la humana lengua
para las hórridas palabras
Amor
Dolor
y en la ulcerada carne,
en ti mismo
creado y devorado
gusano
estás.

Por qué vestirnos de misterio el corazón,
si toda sombra
mata
pura
desnuda
la dura luz del sexo?
¿Por qué rodearnos de eternidad
para la breve muerte?

Desde la noche de retenido horror
¿nos haces o te hacemos?
¿hijos somos de tu asco?
hijo de náusea, ¿padres, acaso,
tuyos somos de iniquidad?

..............................................................

Hundiste, eterna mosca,
en raudo gozo,
en la triste carroña
los huevos de tu horror.
De tus voraces crías es el tiempo.
Es tu prolífica estación horrenda.
Y en esta primavera,
yo, de la mano te traigo, ciego,
al pavoroso aprisco de la carne doliente,
sordo, al rumor te acerco del hato infame.
Apacienta tus gusanos, zagal.

Pero a tu lado
llorando
amando
devorando
rompo mi corazón
lejos de ti lo arrojo
eternamente
vomitando
¡llena, asqueroso, el hueco
del devorado
del arrojado corazón!

¡Ay, no, nada de ti, que hasta tus ecos pudren nuestra voz!
Torna a tu cielo,
Padre,
bruto amantísimo,
sucio hueso consolador
de la vida te arranco.
Sobre la breve tierra soy
y bello en la muerte
breve
puro
desnudo
lejos de ti en la muerte.