AURORA ESTRADA Y AYALA
(1901-1967)
EL HOMBRE QUE PASA
Es como un joven dios de la selva fragante,
este hombre hermoso y rudo que va por el sendero;
en su carne morena se adivina pujante
de fuerza y alegría, un mágico venero.
Por entre los andrajos su recio pecho miro:
tiene labios hambrientos y brazos musculosos
y mientras extasiada su bello cuerpo admiro,
todo el campo se llena de trinos armoniosos.
Yo, tan pálida y débil sobre el musgo tendida,
he sentido al mirarlo una eclosión de vida
y mi anémica sangre parece que va a ahogarme.
Formaríamos el tronco de inextinguible casa,
si a mi raza caduca se juntara su raza,
pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme.
LLUVIA
No me siento la cara,
ni las manos,
ni el alma.
Sólo la angustia
y el violín vertebral que desgarra una bruja.
Nada saben los que de mí nacieron,
planetas girando en sus propias órbitas.
Y yo, quemándome en un mundo de hielo.
Llevo en los brazos mi propia pena
como a un niño dormido.
Y la aprieto para nunca olvidarla,
sin dejar que mi fuego la convierta en ceniza.
Si alguien me toca,
pensaré en una ánfora,
quemándose sobre arenas soleadas,
pero tengo frío...
¿Omar Khayyam, bebiste todo el vino?
Tengo sed. Tengo sed.
Y no hay viento de bosques
ni rumor cristalino.
Por cada poro una garganta abrasada
y las nubes lejanas.
No me siento la cara.
Sólo dos pozos locos,
gritando: ¡Lluvia! ¡Lluvia!
TINIEBLA
(20 trenos y 1 canción de cuna)
Treno I
Ya nunca más sobre mi tiniebla su estrella dulce.
Nunca más en estos silencios su voz de brisa y de jazmines.
Nunca más el lazo tibio de sus brazos ciñéndose
a mi cuello
ardiente.
Ni nunca esa mirada de éxtasis sobre mi cara triste.
Está muerta como los días de oro, como las mariposas
que
mató la llama,
como el sonido de las campanas y el canto de los pájaros,
como los ojos de los niños que se fueron y como las flores
que Ella amó en su breve vida de callada plegaria.
Está muerta y es como si no hubiera sido nunca en la tierra.
¡Hay sol y fragancias y música de viento y de canciones
aquí fuera. Y ella está ciega y sorda e inmóvil
para siempre, dentro del nicho frío, vestida de tinieblas!
Treno IX
¿Dónde estarás ahora que las campanas se han dormido?
¿Dónde estarás ahora que la luna se ha muerto?
¡Háblame, estrella, cántame agua de plata,
canción arrúllame, con tus voces de lino!
¿Dónde estarás mientras llueve fría ceniza
sobre mis horas?
¿Mientras piso musgos nocturnos, flores de hielo?
¿Mientras se cambian en dagas negras
los nardos claros de mis canciones heridas?
¿Qué pétalo esconde la suavidad tibia de tus manos?
¿Qué nectario astral la dulzura de tus últimos
besos?
¿Sobre qué brisa boga, como un cisne, tu voz,
lejos de mi corazón deshecho en llanto?
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Treno XX
Hoy creo como nunca que estás ida para siempre,
porque ningún signo celeste me ha hecho sentirte cerca.
¿O es que tornada en ángel te ahuyenta la miseria
de esta carne que hiciste de tu sangre y tu espíritu?
Mujer de seda y lirios, de ternura y dolores,
mujer suave y callada frente a las tempestades.
Mujer que me llevaste en tu seno de nardos,
mujer que fue mi madre, y hoy yace entre la sombra inerte
Ese amor de locura, de idolatría y de éxtasis eterno,
en que te dabas, seno henchido de mieles a mi labio sediento,
¿podría permitirte ver mis ojos con llanto
y la frente que amaste perdida en la tiniebla?
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