ANA MARÍA IZA
(Quito, 1941)

HABLANDO EN SERIO

Hablemos de usted.
Usted no vale céntimo,
si usted no ha sido albañil,
zapato chueco,
huérfano.

Espejo de mil caras,
cuchillo de mil filos,
abogado de pobres
y nigua al mismo tiempo.

Usted
debe aprender a vivir,
no confíe ni en su mamá
y tenga a mano un perro.

Usted
posiblemente
no llegará a Presidente de la República,
ni a ocupar
un importante puesto en el Distrito.

No importa,
a lo mejor su país
no tiene distritos,
aunque posee extensiones de piretro
y una sangrante historia de eucaliptos.

Piense:
de qué le sirve el agua,
si usted no siente sed ni de «chiripa».

Cuando se muera usted,
si usted no sabe
lo que es morir en vida,
usted se habrá perdido lo mejor,
no habrá pasado «lindo».

Habrá vivido como las estatuas
sirviendo inútilmente
de fondo
al infinito.

INVASION

En perfectas escuadras de belleza
los pájaros invaden la tarde con sus alas.
La cintura del viento
se retuerce
en los brazos fornidos de los árboles
y suspiran las hojas débilmente
por los besos que crujen en las ramas.
Es sábado.
No me hace falta más para sentirme libre
en un mundo de esclavos.

EL HABITANTE DE LAS PRADERAS RUMIANI

Cuando el estómago está satisfecho
al corazón le parece la vida menos dura.

¡Oh, Tonto Corazón!
Una roja manzana te seduce
más que cualquier pintura neorreal,
ante un plato prosaico de sardinas
te pones a dar saltos de alegría;
hablas bien de la vida
y mucho más.
Pero tienes razón:
Eres de carne,
de sed, de sangre y sal.
Envuelto vienes en el papel del hambre
y con hambre infinita de infinito te vas.
Comamos, corazón, aunque sea huesos;
bebamos, corazón, aunque sea el vino
de las uvas más verdes que nos dan.
¡Sólo los ángeles viven de armonías!
Pero tú, corazón, vives de pan.

MONTAÑA

Montaña:
sin aldabas
sin noticias
sin absurdos prejuicios
sin tarados
sin letreros que todo lo prohiben
sin niños limpiadores de zapatos
Amo tu soledad
tus campos verdes
el aire limpio que a vivir contagia
la libertad del pájaro que vuela
la paz del gusano que se arrastra.

Quédate donde estás
ningún viento te mueva
quédate lo más lejos del poblado
Yo que ante la vida misma no me inclino
y de la negra tierra me levanto
ante tus plantas humildes me arrodillo
y ante tu altar sin mitos me descubro
mientras las nubes pasan

CARTA A MI MISMA

¿Recuerdas
cuando era el teléfono un pájaro
cantando en el alambre... ?

Nunca creíste
que sólo se trataba de un vil artefacto.

Eras insoportable.
Por eso hasta quisiste un lunes
regalarte.

Tenías la mirada llena de barcos.
Dabas de comer
a los perros del parque
y te sabías de memoria el número
de árboles,
a fuerza de ser viento,
de ser hoja,
de husmear
no sé qué estrella entre las ramas.

Eras
un raro espécimen,
una degeneración futura,
un grifo siempre yéndose,
ya ni sé qué decirte,
eras
algo bastante feo que me gustaba.

Te pregunto,
por preguntarte,
porque sí,
porque llueve
y algún entremetido te ha empujado:
¿Qué harías si te dejara libre,
si de un manotón quitara la montaña ... ?

De ley
irías a refugiarte en la ternura,
a estrellarte en el borde de un retrato.
A escabar en el suelo un sucio anillo
del que nacieron rosas,
lombrices,
telarañas.

Tú,
siempre serás tú.

No habrá abracadabra que te cambie.
No habrá

reencarnación que te libre del lodo de los sueños.
No habrá forma
de librarse de ti
ni estrangulándote.

Oye:
no vayas
a suicidarte.
Me es indispensable tu presencia:
triste,
desafiante.

Terminada en punta
—como una hoja—
detrás de la ventana.

JUGUEMOS EN EL MAR HASTA QUE LA OLA ESTE

Señores:
el trasatlántico se hunde,
mucho pesa la angustia sobre el agua.

Desde mi camarote de tercera,
sudando tinta
os aviso
porque me da la gana.

Miro
pasar los barcos del odio confundidos
entre las alas de los alcatraces.

La salmuera
invade ya el oxígeno,
—en dónde esconderé mi frasco de aire—

Dentro
de un tumbo,
la ola más grande de la tierra
nos tragará por necios.

No habrá
un valiente pescador que nos rescate.

No asomará un Noé
que nos construya
una cápsula a prueba de naufragios.

Señores:
Yo no tengo médicos de cabecera,
ni bienes raíces,
ni día fijo,
ni nada fijo.

No me gusta.

Pero amo la vida como pocos.

Amo la vida
como amáis vosotros las monedas,
los cocos las palmeras
y el queso los ratones.

Yo
defiendo la vida como puedo.
Aquí
se pasa riendo y llorando.
Lindo.
Señores:
No me hundan.