ALEJANDRO CARRIÓN
(Loja, 1915)

JONAS

Me encuentro en ti y me reconozco, oscuro reino del tiempo detenido.
Entre tu oscura entraña que el mundo envuelve y vence comprendo el clima oscuro de mi fisiología,
la profunda tiniebla de mi tórax, la honda y cóncava tiniebla de mi abdomen,
las oscuras celdillas de mis pulmones donde el aire transita
y los mil y un oscuros canales de mi sexo donde la vida duerme
y la impenetrable y oscura y ciega y sorda corriente de mis venas
y la desnuda y mágica tiniebla de mi sueño.
Comprendo la tiniebla total en que mis órganos hacen el diario e incesante trabajo de la vida,
la tiniebla total en que corre mi sangre, en que nacen mis pensamientos
y en que percibo la mínima luz que recogen mis ojos.
Desvalido Jonás, me tiendo en tu vientre inmenso, gran ballena nocturna,
y sumido en tu oscura entraña me oigo venir y me dirijo a mí mismo
y me reconozco hijo tuyo, noche, gran noche que todo el mundo cubres.
Venimos de tu tiniebla, ciega madre terrible y pura,
y llevamos dentro tu tiniebla todas las horas de la luz del día
y rendidos por el combate con la horrible vigilia
nos tendemos hacia ti, desnudos y sollozantes, niños en el regazo oscuro de la madre,
y apagamos la luz apócrifa y desvalida de la lámpara
y tendemos sobre los doloridos ojos la piedad de los párpados
y ya estamos tranquilos y salvos sobre la paz de tu tiniebla pura,
hundida en ti nuestra presencia externa siempre en contacto con la luz del día,
vueltos ya por entero a la tiniebla originaria,
y flotamos en ella y la que portamos dentro a toda hora se une a la que cubre el mundo
y nos entregamos al sueño y dejamos caer la suave tiniebla sobre el claro pensamiento
y somos hombres salvos. Venimos de la oscura y cálida delicia del vientre materno
y la vamos llevando en las tres cavidades
y la hacemos nuestra por entero en el amado reino de la noche
hasta dar, en un día de luz violenta y ávida,
con la tiniebla durable del cajón de madera y la liviana tierra,
y somos hombres salvos. Salvos de todo mal pensamiento y toda mala obra.
salvos de todo enemigo malo, madre oscura, eterna madre fiel que nos sigues los pasos,
gran ballena, madre nuestra que nos rodeas desde la noche de amor de nuestros padres
hasta la paz helada del cajón de madera.
Mientras dura la luz del día, desnuda y brillante, audaz y justa,
te llevamos celosamente guardada en nuestro íntimo. reducto,
en el febril e incesante relicario de nuestro tiempo cerrado,
y en la noche te soltamos y nos rodeas y nos cubres,
y a la noche no llevamos nuestra provisión de luz,
mientras durante el día jamás abandonamos nuestra provisión de tiniebla.
Eres lo eterno, la oscura eternidad negra y suave, llena de mil ruidos.
llena de vida y muerte, llena de nacimientos y de gritos,
poseída del silencio esencial de la vida, de la oscura vida,
de la rica y oscura vida que solamente en la oscuridad crece y crea
y que toma de la luz solamente una fuerza para hacer con ella en la tiniebla el trabajo
y que en la luz perenne se seca y muere, en flaca, árida aren consumida.
De ti venimos, tiniebla, y hacia ti vamos sin dejarte por completo un solo instante.
Madre oscura y próvida, de tu mitad de eternidad venimos
v vamos hacia tu otra mitad de eternidad, ansiosos de completarla, de volverla redonda como el mundo
y de ser otra vez oscura tierra
para volver, en tu seno, al ciclo de la vida,
que es oscura y que nunca acaba,
como tú, oscura y suave madre de la calma y el sueño.

(De La noche oscura)

DULCE NIÑERA RUBIA DE LOS SUEÑOS

En ti. Recién nacida, la ternura.
La frescura del agua en la mañana.
La luz, cuando la luz es aún niña.
El color de las frutas. La suavidad del musgo.
El calor del deseo. La ingenua sonrisa.
El dolor de la lágrima. El silencio tranquilo.
La inefable palabra de la postrer canción.
En ti. Dentro de ti. Donde había nacido la ternura.

La línea de los labios. La línea de las olas.
La adorable línea de la luz en los labios.
La palabra que salta, que se encoge y se alarga.
La palabra que crece hasta hacerse canción.
El color de los campos. El rumor de la lluvia.
La llegada del viento. El terror en los nidos.
El viejo y lento viaje de la nube en el cielo.
En ti. Todo por ti. Pequeña causa de las grandes acciones.

Amanecía. Amanecía eternamente
Dulce regazo eterno de la suave ternura.
No la noche. No la noche callada.
Aquí, recién nacida, tengo la luz del sol.
Tengo la luz del sol y el color de las frutas.
Tengo la luz del sol a través de las aguas.
Tengo la luz del sol saltando en la sonrisa.
Amanecía. Amanecía eternamente.
Dulce regazo eterno de la suave ternura.

Volaba ella en tus alas, golondrina.
Volaba en la ligera huella de tus pasos, gacela.
Volaba ella en la luz, en el vivo reflejo
Del pedazo de vidrio, reclamo de la alondra.
Volaba en las cometas, en el azul eterno.
En la ola que salta toda la eternidad.
En el tibio calor de la arena en la playa.
En la clara palabra. En el dulce sabor.
Aquí, aquí está el límite. El límite inviolable.
De aquí no pasarás en tu vuelo, canción.
Retorcerás tu línea, liviana golondrina.
Se detendrá tu paso, grácil gacela rubia.
Cesará tu caricia, suave mano tranquila.
Aquí, aquí está el límite a tus notas, canción.

Aquí está la palabra. A recibir tus ojos.
A contarte los pasos, niñera,
Dulce niñera rubia de los sueños.
En tu boca nació la tranquila ternura.
En mi boca nació la tranquila palabra.
En mi cuerpo nació el suave movimiento
Y este tranquilo y fuerte deseo de mis brazos,
De mis brazos morenos hacia tu cuerpo abiertos,
Dulce niñera rubia de los más dulces sueños.

LECCION

Es fácil aprender a morir.
Es como aprender a anochecer.
El día lo sabe. lo saben la flor, la abeja, el agua clara.
Lo sabe el niño.
Es como aprender a amanecer.
Lo saben el alba, el viento, la nodriza.
Lo saben el musgo, el arroyuelo, el ánade.
Es como aprender a sollozar.
¿Quién no lo sabe? Solloza la paloma,
sollozan los pinares,
el agua en la hondonada y el cuervo en la espesura,
todos lo saben. sí. todos lo saben:
el niño cuando el miedo le roza las pestañas
mi madre cuando reza.
Todos lo saben: ¡es tan fácil, tan fácil
Es como aprender a cantar.
Canta el Herrero rudo y canta el lirio frágil.
Canta la suave seda, canta la espina fiera.
Canta la dulce sed que en tu boca se acuna.
Todo canta, mi amada, todo en el mundo muere.
¿Me diste la lección? ¿Te la di algún día?
¿Fue mi madre, que cose, todavía, blancos pañales, blancos
para su hijo, en cuya cabeza las canas se extiendes
y sollozan?
Yo no lo sé, ¿me escuchas? Yo no lo sé.
Tal vez fue el tierno niño que nuestro amor nos trajo
Tal vez fue sólo el viento.
Tal vez fue nadie, nadie. Tal vez la noche oscura.
Tal vez el sueño triste. Tal vez el viento airado.
Tal vez fue ella misma, la última nodriza.
Sí, es tan fácil, tan fácil, tan simple, sí, tan simple.
Es como aprender a anochecer.
Es como aprender a amanecer.
Es como aprender a sollozar.
Es como aprender a cantar.
Es tan fácil, tan fácil, tan simple, tan sencillo.
Todo el mundo lo sabe:
el capulí, la alondra, el eucalipto, el álamo,
la novia, la nodriza, el buey, la vivandera,
el sacerdote, el viento, la llovizna, el tendero.
Todos lo saben, todos. ¡Es tan fácil! ¡Tan fácil!

LA TRISTEZA

¿La tristeza? ¿Sabes cómo es la tristeza:
¿Una rosa que aun no se abre del todo
Una tarde enlutada. envuelta en tenue niebla?
¿Una paloma herida en la mañana lánguida?
¿Una espina? ¿Un recuerdo? ¿Una lágrima tímida?
Tú lo sabes, lo sabes, pues habita en tus ojos.
En tus noches levanta su cáliz sollozante.
En tus brazos reclina su cabeza de niño coronado de espinas.
En tu corazón, entre latidos, se estremece.
Es un pan que se ha hornado en la amargura.
Es una rosa sitiada de sollozos.
Es una madrugada que nunca encuentra el día.
Un agua en cuya onda no se mira la estrella.
Está en todas partes. En tus ojos y en los de la mañana.
En la corola de la azucena y en la copa del abandonado.
En la noche del centinela y en el canto del leñador.
En la luz que agoniza entre la tarde helada.
En el whisky del marinero y en el ron del chofer.
En el sueño y en la vigilia, en la sopa y en el licor.
Su presencia está atravesada en la garganta del mundo.
Su clima está habitado por ti, y por mí, y por vosotros.
En su lecho se desazona la mujer y desvela el marido.
En su altar sacrifican el sacerdote y el borracho.
En los ojos de mi madre es una hostia recién consagrada.
En los de mi padre, un grave cedro antiguo, herido y derribado.
En los de mi mujer, un lago donde la tarde cae.
En los de mi niño, una larga cuesta aun no comenzada.
Y en mi alma una noche que tiembla y se desencadena.
Todos la conocen. El estudiante y la muchacha.
El brequero y la prostituta. El buey y la rana.
La flor y el arquero. La estatua y la brisa.
Todos la conocen y a su sombra envejecen.
Todos gimen en su potro y en su noche sollozan.
Todos tienden a ella con horror ambas manos y a su aldaba se
agarran.
Todos le niegan la palabra y se quedan pendientes de sus ojos.
Su mirar es una noche que se ahonda y se ahonda y no
encuentra su fin.
Su voz es un aullido que se afila y se afila y en sollozo se
acaba.
Su boca está apegada a todos los corazones, sorbiéndoles los
latidos.
Sus brazos son más fuertes que la montaña, que el mar y que la
vida.
Su color es el mismo de la muerte: lívido y alto cielo liberado
del mundo.
Un océano cuyos lomos en agonía bailan sin comienzo ni fin.
Yo te conozco, sombra del mundo. Yo te conozco, atardecer del
alma.
Yo te conozco, acíbar de la vida. Yo te escucho, sollozo de la
sangre.
Tengo contigo amistad de años, de siglos, de milenios.
Me sigues los pasos desde el comienzo, desde Adán, el triste, el
desolado.
Desbordas en las noches de mi estirpe los estertores del amor
colmado.
Me tiendes las manos sarmentosas. Saltas astillada en mis
júbilos.
Conoces la corola de mi alma y el sabor de mi vino.
Eres la única, ¡oh devoradora de corazones!, que puede dar a
Dios cuenta y razón de mi alma.

DULCE NIÑERA RUBIA DE LOS SUEÑOS

En ti -Recién, nacida, la ternura
La frescura del agua en la mañana.
La luz, cuando la luz es aún niña.
El color de las frutas. La suavidad del musgo.
El calor del deseo. La ingenua sonrisa.
El dolor de la lágrima. El silencio tranquilo.
La inefable palabra de la postrer canción.
En ti. Dentro de ti. Donde había nacido la ternura.

La línea de les labios. La línea de las olas.
La adorable línea de la luz en los labios.
La palabra que salta, que se encoge, que se alarga.
La palabra que cree hasta hacerse canción.
El color en los campos. El rumor de la lluvia.
La llegada del viento. El terror de los nidos.
El viejo y lento viaje de la nube en el cielo.
En ti. Todo por ti. Pequeña causa de las grandes acciones.

Amanecía. Amanecía eternamente.
Dulce regazo eterno de la suave ternura.
No la noche. No la noche callada.

Aquí, recién nacida, tengo la luz del sol.
Tengo la luz del sol y el color de las frutas.
Tengo la luz del sol a través de las aguas.
Tengo la luz del sol saltando en la sonrisa.
Amanecía. Amanecía eternamente.
Dulce regazo eterno de la suave ternura.

Volaba ella en tus alas, golondrina.

Volaba en la ligera huella de tus pasos, gacela.
Volaba ella en la luz, en el vivo reflejo
Del pedazo del vidrio, reclamo de la alondra.

Volaba en las cometas, en el azul eterno.
En la ola que salta toda la eternidad.
En el tibio calor de la arena en la playa.
En la clara palabra. En el dulce sabor.
Aquí, aquí está el limite. El límite inviolable.
De aquí no pasarás en tu vuelo, canción.
Retorcerás tu línea, liviana golondrina.
Se detendrá tu paso, grácil gacela rubia.
Cesará tu caricia, suave mano tranquila.
Aquí, aquí está el límite a tus notas, canción.

Aquí está la palabra, a recibir tus ojos.
A contarte los pasos, niñera,
Dulce niñera rubia de los sueños.
En tu boca nació la tranquila ternura.
En mi boca nació la tranquila palabra.
En mi cuerpo nació el suave movimiento
Y este tranquilo y fuerte deseo de mis brazos.
De mis brazos morenos hacia tu cuerpo abiertos,
Dulce niñera rubia de los más dulces sueños.

INVITACION A LA FIESTA DE LA TRISTEZA

Ven conmigo, desnuda, a la fiesta de la tristeza.
Iremos sordamente, por caminos descalzos
buscando hondas fisuras donde broten las lágrimas saladas,
cantando una canción sin voces a la estrella lejana,
llevando bruscamente despierto el corazón desnudo,
el corazón que gime durante el día difícil,
el corazón que canta en la noche sin límites,
el corazón amargo de los días oscuros
en que brotan sangrando las lágrimas saladas.

Ven conmigo, serena, a la fiesta de la tristeza.
Ven con tus ojos turbios y encendidos,
esos tus ojos pálidos con que aguardas la llegada de la noche profunda,
esos tus ojos cárdenos donde el llanto se incuba,
esos tus ojos lúcidos donde mora la ira de delgadas palabras,
esos tus ojos desolados con que atraviesas el cristal de los sueños,
la puerta alta y secreta que se abre ante los ojos de la verdad desnuda

Ven con tus ojos puros, amada mía, a la fiesta de la tristeza.
Yo traeré mi corazón oscuro,
mi corazón donde la ira afila sus pálidos cuchillos,
mi corazón que deja que lo invada la noche,
mi corazón que vive angostos días sin luz donde la lluvia canta,
en los que un alto álamo se dobla hacia un agua oscura sin declive,
en los que un agua densa se desliza hacia un mar sin orillas
y donde un cementerio espera en altanoche a un perro enloquecido.

Ven, sí, amada mía, ven conmigo a la fiesta de la tristeza.
Estarán allí todos los que tienen el corazón oscuro,
las lágrimas saladas,
y en medios-ojos muerta la luz de la alegría,
y en medios-labios viva una sonrisa herida,
rotas las alas débiles,
apagada la luz verdadera, ardiendo en falsa llama la luz sucia,
la luz de la tristeza.

Estarán todos y habrá árboles a oscuras,
y grandes búhos volando con ojos encendidos,
y aullará el gran can y la bestia sorberá lágrimas de sangre,
y el mar rugirá olas con uñas, persistentes y altas
como la negra noche, como la aguda sed, como la hiel amarga.
Ven esta noche a alcanzarme la esponja empapada, que tengo sed.

Ven conmigo mi amada a la fiesta de la tristeza.
Extiende el arco y dispara la tercera flecha, la de punta de piedra.
Perfora mi corazón oscuro.
Rompe la red, deja saltar la sangre.
Rompe la negra rosa de piel de terciopelo,
la que florece en la herida del costado del gran sapo nocturno.
Ven a hundir tus manos en el agujero, a meter tus ojos en la sombra,
y grita, y juégate mi túnica a los dados,
y húndeme la espina que se aguza en la noche,
y desgárrame con el látigo de las nueve colas, atado a la columna,
mientras brotan de mis labios, por tres veces, las siete palabras
y un gran viento se tiende sobre el mundo.

Ven conmigo en la noche a la fiesta de la tristeza.
Te esperará ya el ríe de espinas coronado
y la rosa en cenizas ardida,
y una canción sin labios, por dientes sin encías destrozada
te dará la bienvenida a la oscura fiesta donde el sol nada en sangre,
donde se extiende, pútrida, la luna sobre la llaga verde,
donde San Sebastián chupa la punta de las flechas en su sangre mojadas,
donde lloran los senos de Olalla sus lágrimas de leche,
donde los niños piden a gritos que Gil de Rais regrese,
donde tu voz destroza en mi garganta los besos de mostaza
que la muerte me entrega.
Ven, amada mía, ciega y sorda, a la fiesta de la tristeza.
Tengo en ella mi copa llena para ti hasta los bordes.
Tengo en ella mi copa de espinas, hiel y sangre
y podre y herrumbre y gritos coagulados.
Ven, brindemos con la copa de la tristeza
por la luz del mundo, por la rosa, por la madrugada verde,
por la sed de la espiga, por la sed de la lluvia.
Ven, que te está esperando la vida en la fiesta de la tristeza.
Ven, que hay para ti una copa de hiel llena de rosas y de espinas.
Ven, que en el cuerpo desnudo de la Virgen las estrellas vacilan
Ven, que el gran can ladra y gime.
Ven, que la hora se angustia y el sol está desnudo.
Ven, que ya es la hora de entonar la canción qué el oído no espera.
Ven, que un sordo rumor nos muestra el camino seguro
y una gran hornacina reclama hambriento mi corazón oscuro.

Ven, amada mía, tierna y dulce, a la fiesta de la tristeza.

Sobre la pura sal de mi lágrima diurna
está, dura y brillante, morada y agria, mi lágrima nocturna.
Ven, que es la hora de hundir tus ojos en mi lágrima de medianoche.
Ven, alcanza a mis labios la copa, la gran copa, en cuyo torno danzan,
por cuyo borde, de agujas coronado, de espinas guarnecido,
danzan, desnudos y delirantes, sedientos y morados, todos,
todos los que llegaron puntuales a la fiesta de la tristeza.
Ven, amada mía, suave y alta, a la fiesta de la tristeza.
Ven, que allá un río de miel morada espera,
y nuestros dulces cuerpos, en sus ondas nocturnas,
nadando suavemente, en lágrimas bañados, en espinas mecidos,
viajarán, sin que nadie detenerlos consiga,
tristemente enlazados,
a la madrugada agría, a la gris alba que precede al día, al día terrible y hosco, al día desnudo y agrio,
al día que sucede en el tiempo a la noche sagrada,
la gran noche en que fuimos a la fiesta de la tristeza.

(De La noche oscura)